La autobiografía secreta
En una autobiografía un escritor cuenta sus pecados veniales. Para contar los mortales inventa una ficción. Por eso dice V. S. Naipaul que la información sobre la vida de un novelista está cifrada más en sus novelas: en la ostensible falta de veracidad de la ficción se vuelven más claros los impulsos escondidos. El yo interior que escribe, recordó Naipaul en su discurso del Nobel, citando extensamente a Proust, es distinto del que vive en sociedad, el que charla y se muestra, el que otros conocen, el que escribe unas memorias no mostrándose nunca bajo una luz de verdad desfavorable, el que puede ser retratado con más o menos fidelidad en una biografía. Los detalles no siempre son honorables, y la intimidad de un escritor puede resultar tan sombría como la de cualquiera, de modo que el biógrafo suele esperar hasta después de la muerte para rastrear los pecados capitales y establecer teorías sobre el modo en que el autor alimentó con ellos su trabajo, el yo secreto del que emanaba la escritura. Hay quien elimina pistas de antemano; quien destruye cartas y papeles con una mezcla de precaución y de vanidad, porque al hacerlo presupone que el interés por su obra seguirá existiendo cuando su vida ya no la sostenga. Hay quien deja instrucciones para que sus diarios o sus cartas sólo sean abiertos veinticinco o cincuenta años después de su muerte, no imaginando tal vez la posibilidad de que en esa fecha futura ya nadie sienta la menor tentación por leerlos y averiguar sus secretos, en estos tiempos en los que el olvido es tan rápido, y en los que el porvenir de la cultura literaria parece tan dudoso.
Hay biógrafos que tienen algo de saqueadores de tumbas: de policías o difamadores retrospectivos que no sólo airean miserias y crean hipótesis
La biografía de Patrick French sobre V. S. Naipaul me deja una impresión turbadora, acentuada por el hecho de que él casi nunca juzga
Hay biógrafos que tienen algo de saqueadores de tumbas: de policías o difamadores retrospectivos que no sólo airean las miserias objetivas de un muerto sino que establecen sobre él hipótesis calumniosas, casi siempre relacionadas con su comportamiento sexual. En esta clase de mangoneos póstumos las elucubraciones del psicoanálisis son de mucha ayuda, ya que tienen la doble ventaja de parecer brillantes y reveladoras y de prescindir de cualquier fundamento comprobable. Un biógrafo suele dedicar años a la tarea de contar la vida de otro, y a lo largo de ese tiempo es inevitable que surja en él un cierto grado de resentimiento, y también el escepticismo o el hartazgo que puede acabar produciendo la observación demasiado cercana y persistente de alguien. A lo mejor el biógrafo empezó lleno de entusiasmo, y según va descubriendo pormenores mezquinos o vergonzosos cambia su admiración por desprecio, o simplemente se aburre de leer una y otra vez todo lo que su antiguo héroe dejó escrito, y se le vuelven insufribles las rutinas verbales y las repeticiones, igual que a veces nos irritan los latiguillos o las manías mínimas de alguien, amplificadas por nuestra atención observadora. La biografía, que empezó con voluntad de homenaje, se convierte poco a poco, año tras año, en venganza. No parece que sea éste el caso de Patrick French, cuya biografía de V. S. Naipaul yo he leído por fin estos días, después de haber seguido hace unos meses el notable escándalo que acompañó a su publicación. En la era del chisme universal y de la información reducida a pildorillas de colores ni el escritor más eminente merece titulares a no ser que prometan revelaciones escabrosas. Leyendo los periódicos europeos y americanos, uno asistía al descubrimiento o a la confirmación de que Naipaul es la clase de monstruo que un biógrafo sólo se atreve a mostrar muchos años después de que el objeto de su estudio haya muerto, cuando ya no quedan testigos que puedan defenderlo y han expirado todos los plazos de seguridad que protegían los documentos personales más desfavorecedores. Naipaul había sido cliente habitual de prostitutas durante muchos años; había humillado y explotado a su primera mujer, Pat, a la que usó sin escrúpulo como ama de casa y como mecanógrafa y lectora cuidadosa de sus manuscritos, y a la que dejó abandonada mientras se moría de cáncer; había manipulado, maltratado físicamente y al final traicionado sin miramiento a la amante que había estado con él veinticinco años; era racista, avariento, arrogante, egocéntrico: lo peor.
Este retrato ya era familiar desde que hace diez años su ex amigo Paul Theroux publicó un testimonio devastador y venenoso, Sir Vidia's Shadow, que era en parte retrato del natural y en parte ajuste de cuentas, y donde ya estaba contada con detalle la tristeza abismal de la vida y la agonía de Pat Naipaul, que había elegido desde muy joven borrarse a sí misma en beneficio del bienestar doméstico y la carrera literaria del hombre al que admiraba ciegamente, a pesar de que la engañaba sin disimulo y la echaba de su lado cuando quería estar solo y la reclamaba en cuanto necesitaba su asistencia para mecanografiar un manuscrito o juzgar el valor de una página recién terminada.
A cualquiera le avergonzaría imaginar que estas cosas pudieran saberse después de su muerte. Pero V. S. Naipaul está vivo y lúcido, y Patrick French, que ha dedicado diez años a escribir la biografía, ha contado con su colaboración, y ha podido consultar sin restricciones sus archivos, incluyendo las casi mil páginas inéditas del diario de Pat Naipaul, en las que hay pasajes escalofriantes de humillación y crueldad. En 1994, cuando se recuperaba transitoriamente de un cáncer, Pat leyó en una entrevista que su marido confesaba haber sido un gran putero, a great prostitute man. Años más tarde, en una de las conversaciones con su biógrafo, Naipaul le confesó: "Podría decirse que yo la maté".
En el libro de Paul Theroux había, casi en cada página, un ánimo turbio de vanidad vengativa. Uno terminaba pensando que probablemente su retrato de V. S. Naipaul era veraz en su crueldad, pero que sin darse mucha cuenta el propio Theroux había trazado al mismo tiempo un retrato de sí mismo muy desagradable. La biografía de Patrick French me deja una impresión mucho más turbadora, acentuada por el hecho de que él, a diferencia de tantos biógrafos, casi nunca juzga, ni parece dejarse llevar por esos dos peligros de su oficio, la reverencia o el resentimiento. Desde muy joven, y en contra de cualquier probabilidad, de cualquier esperanza razonable, V. S. Naipaul, un becario pobre llegado a Londres desde una colonia remota, decidió que sería un escritor y que estaba dispuesto a sacrificarlo todo para cumplir ese propósito. También decidió la clase de escritor que iba a ser: no un inventor de vaguedades, de palabrerías más o menos prestigiosas o miméticas, sino un testigo meticuloso del mundo, empeñado en la exploración de lo que él mismo llamó "áreas de sombra". Sin doblegarse nunca a ningún lugar común, ni literario ni ideológico; sin aceptar nunca apartar los ojos, ni acomodarse a lo que se esperara de él, ni rebajar su ambición, ni jugar al exotismo en el que a veces le hubiera convenido apoyarse. Abriendo sus archivos a la investigación de Patrick French, lo que estaba haciendo era inducirlo a aplicar a su vida una mirada tan libre de engaño como la suya propia. De algún modo, el autor de esa biografía devastadora es el propio V. S. Naipaul.
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