Los toreros tienen truco
El Cid recibió al sobrero cuarto con unas garbosas verónicas -lo mejor de la tarde, sin duda-, la barbilla hundida en el pecho y el toro embarcado en los vuelos del capote; al rematar con una media, tropezó y cayó al suelo. Se levantó el torero con el miedo en el cuerpo -normal, por otra parte-, y huyó unos pasos creyendo que el toro lo perseguiría. Cuando recobró la verticalidad y vio que el animal había tomado las de Villadiego, se puso muy digno: apretó los labios, arqueó las cejas, se levantó sobre las puntas de las zapatillas y se desplantó como un campeador valiente y talentoso al tiempo que el público rompía en una cerrada ovación. Un ardid de torero maduro y con recursos; un truco de torero curtido.
La verdad es que no fue el único truco de Manuel Jesús. Nadie osa poner en duda su categoría como torero, pero ayer utilizó su experiencia para salir airoso de una situación que no resolvió con solvencia. No tuvo toros, es verdad, pero tampoco hubo figura grande, sino un torero aliviado, cómodo, que decidió no jugársela ante el astifino y deslucido primero -siempre mal colocado, despegado y con la muleta retrasada-, y estuvo a medio gas ante el soso cuarto, al que pudo cortarle la oreja si lo despacha con soltura. Pero El Cid prefirió ayer los trucos de torero con muchas corridas a sus espaldas ante un público, como casi todos los de este país, entusiasta y festivalero.
De cualquier modo, no fue El Cid el único culpable de una tarde desastrosa. Le acompañaron en la responsabilidad el ganadero, que trajo una corrida infame, fea, descastada e inválida, y sus compañeros de cartel, Castella y Perera, pues las tres figuras exigieron estos toros noqueados y de andares cansinos en lugar de una corrida de verdad. Éste es el truco más habitual de los toreros modernos, que no es más que un engaño en toda regla a quien acude a la plaza con la esperanza de presenciar un espectáculo íntegro. Dos toros fueron devueltos, pero toda la corrida se ganó por méritos propios un cero patatero. Un cartel de "no hay billetes", como ayer se colgó en La Malagueta debiera ser un motivo de respeto para los taurinos.
Castella, vestido de negro como un presagio de lo que ocurriría, aburrió soberanamente ante dos toros amorfos. Y Perera se justificó ante el descastado tercero, al que robó muletazos gracias a su estado de gracia actual, y estuvo por encima del manso y deslucido sexto. Pero no salvó una desastrosa corrida, cuyos responsables máximos fueron él y sus compañeros.
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