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Columna
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Más alto, fuerte y rápido

Soy uno más entre una millonada de telespectadores de los que fruncían el ceño viendo el singular orden, la admirable disciplina, todos los cuadros escénicos de las aportaciones chinas a la humanidad, en la inauguración de sus Juegos. Tal rigidez y formulación hierática, tantas masas y dimensión, donde además nos meten imágenes previamente grabadas y nos cambian a la niña, nos acaba sabiendo a dictadura.

Nos sabe a tal porque los viejos del lugar, en el día San José Artesano, el Primero de Mayo, teníamos que ver aquella gran exhibición gimnástica en el Bernabeu organizada por los sindicatos verticales. Por eso, este tipo de fiesta nos huele a autoritarismo, como las de fin del curso del colegio. Aunque uno tenga que ser compresivo con un régimen de tal ralea como el chino, pues dirige a una población de 1.400 millones y no sé cuantas lenguas, con una renta per cápita todavía muy pobre. ¡Imagínense a Zapatero intentando llegar a un acuerdo en la financiación con todas sus regiones!, miles de salerosos Montillas todos iguales enfrente. Pero, a pesar de ser comprensivo, sigue sabiendo a dictadura. Por preferir, prefiero los juegos de Múnich del 72, en el que la inauguración se organizó para que pareciera que todo estaba desorganizado y para que en nada recordara los Juegos de Berlín presididos por Hitler en el 36.

El lema del olimpismo cambia cuando observamos la política doméstica

Por lo demás, en vez de estar los viejos del lugar en la plaza del pueblo tomando el sol, estamos en la higiénica taberna donde ya nadie fuma, bebiendo una Coca Cola light y mirando a la tele, todos en silencio, observando cómo el ser humano se adecua a los diferentes deportes que es una barbaridad. Que los velocistas tienen la nariz afilada, los del basket son más altos que el poste y tiran hacia abajo tras dar un leve saltito para encestar -como los de mi quinta, que por poco nos libramos todos por no llegar al 1,60- y que las nadadoras del estilo rana tienen aspecto de ranas.

Pero el lema del olimpismo cambia cuando observamos la política doméstica. Todo más confuso, más complicado, más enrevesado, más sin salida. En lo que se refiere al radicalismo del nacionalismo local está yendo tan lejos que hasta el PNV tiene que decirle a EA que se está pasando, que no sólo estamos ante una consulta que nadie parece creérsela, sino que, por si acaso, EA nos radicaliza el sistema educativo hasta tal punto que le parece excesivo al PNV. A nosotros ni nos consultan lo que nos parece, que éste si podía ser un tema de consulta. Y, lo esperado, lo que lo aclara todo, la majadería excelsa: ETA declara al TAV ajeno a Euskal Herria, como si Euskal Herria fuera la China y viviéramos encerrados en los dogmas y en las máximas del partido guía. Espero que dentro de unos pocos años, cuando ETA se acabe, el Rey les entregue una corneta como lo hiciera su insigne predecesor con el cura Santa Cruz, y se vayan de misioneros al Tercer Mundo, porque en el fondo su auténtica vocación es esa y su Euskal Herria soñada sólo la pueden encontrar en las planicies africanas, nada que ver con el festivo y poco combativo país de este agosto.

Y más alto y fuerte no han podido ser las declaraciones de los obispos de Bilbao y San Sebastián en su homilía ante la festividad de la Virgen pidiendo que ETA acabe. Ante un idiosincrático talante hispánico anticlerical rompo una espada en su favor. Son de agradecer las frases de ambos prelados y, muy especialmente, la solidaridad de monseñor Blázquez con los amenazados por ETA. Dos testimonios claros y sin equívocos que anuncian de una vez que todo lo padecido se acaba, a pesar de los estertores con bombas en el Mediterráneo.

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