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Reportaje:PEKÍN 2008 | Atletismo

La cólera de Isinbayeva

La pertiguista rusa gana su segundo oro olímpico con otro récord del mundo: 5,05 metros

Jennifer Stuczynski, la amenaza, lo contempló sentada con su dorada diadema en el pelo, la plata en el cuello y todo lo demás perdido. Yelena Isinbayeva dejó atrás su colchoneta, la sombrilla plegada y la toalla bajo la que se había escondido. Enfiló el pasillo la rusa, cogió su pértiga más dura y observó sonriendo el listón, el enemigo. Al fondo, frente a sus ojos, el fuego poderoso, único y crepitante de la llama olímpica. Una inspiración. Un símbolo ardiente de lo que venía. Quince segundos después batía su récord del mundo con un salto de 5,05 metros y lograba su segundo oro olímpico. Isinbayeva, en estado puro.

"Me encanta sentirme sola en la cumbre", dijo; "por eso espero mantener esta posición el máximo tiempo posible. Intento demostrar que nadie me puede ganar. Mis rivales me empujan y me encolerizan, como Jennifer, pero ya hemos visto lo que ha pasado. A mí no me gusta hablar. Me gusta hacer. He vuelto a demostrar quien soy".

"No me gusta hablar. Me gusta hacer. He vuelto a demostrar quien soy"

Isinbayeva siente las críticas como el clavar de una espuela. "Stuczynski ha puesto la barra un centímetro por encima de su récord del mundo, pero ha fallado", le dijeron en julio. La rusa lo interpretó como una ofensa. Ya se oía el murmullo. Cambio de guardia. Nueva reina en el atletismo. Y Stuczynski diciendo que el título de Pekín sería suyo. Unas semanas después, Isinbayeva lograba su primer récord al aire libre en tres años. Desde entonces, en poco más de un mes, lo ha batido en dos ocasiones y, al hacerlo, ha extendido la marca de su dominio. Un ejemplo. La rusa ganó el oro en Atenas 2004 saltando 4,91 metros. La conclusión aterroriza. En cuatro años, ha subido el récord sola, cheque a cheque y palmo a palmo, en 14 centímetros.

Un puñal clavado en la alegría de Stuczynski, la estadounidense de nariz ganchuda, que se quedó en 4,80 metros. "No puedo pedir más", dijo entre sonrisas; "y no miro a lo que hace Isinbayeva. Acabó como una campeona, pero me lleva una década de ventaja. Necesito más experiencia. Cuestión de tiempo".

¡Cuestión de tiempo! Como si la rusa se hubiera rendido. Hace mucho que debió ser una saltadora entregada a la molicie, falta como está de retos y rivales. Su apuesta, sin embargo, le ha dirigido hacia un nuevo entrenador, el viejo Petrov, y a un constante afán de mejora que conecta con el gentío. "En el último salto", reconoció, "sentí la tensión del público. Me encantó".

"¡Increíble!". "¡Fantástico!". "¡Genial!". La explosión de alegría, mágica corriente uniendo 91.000 corazones, celebró el récord con palabras de neón en las pantallas del estadio. Isinbayeva, de 26 años, lo aplaudió corriendo con su bandera. Ya ha roto 24 récords, 14 al aire libre. Para ella, ávida lectora de filosofía, es algo parecido a la rutina. Hubo, sin embargo, razones de sobra para que se distrajera. A Stuczynsky tuvieron que darle una oportunidad extra porque, entre salto y salto, sólo la dejaron descansar dos minutos frente a los tres reglamentarios. La brasileña Fabiana Murer detuvo la final casi un cuarto de hora porque le habían perdido una pértiga. Y, de repente, tronó el estadio y tembló el tartán con el terremoto Jelimo.

La keniana pasó a unos metros con la velocidad y el peso de un suspiro. Sus ojos despedían fuego y su aliento volaba con la frescura de los campeones que no se sienten perseguidos. Jelimo, de 18 años, olió la pólvora de la pistola y salió como un tiro (1m 54,87s, récord mundial junior). Eligió triunfar o reventar y convirtió una prueba táctica, de ritmo, posición e inteligencia, en un sprint de 800 metros. Firmó la marca más rápida desde 1997, entre rugidos de leona.

Yelena Isinbayeva celebra con un gesto de rabia su victoria olímpica y récord del mundo.
Yelena Isinbayeva celebra con un gesto de rabia su victoria olímpica y récord del mundo.EFE

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