La publicidad de Atila
Ahora no es en los buzones, sino en las direcciones de correo electrónico y en los teléfonos móviles, donde se ceba el implacable acoso de la publicidad no deseada. Los tiempos han cambiado no sólo para el contenido de los anuncios, sino también para el medio de difundirlos, aunque la reacción que provocan entre los destinatarios sigue siendo la misma. Si acaso, las octavillas de antes servían para usos alternativos, como calzar muebles, tomar notas apresuradas o, incluso, como improvisados puntos de lectura en los libros que acompañaban los trayectos somnolientos en metro o autobús. La nueva publicidad, las llamadas y correos basura se limitan a irritar sin ofrecer la esperanza de que puedan servir para otra cosa. Son la molestia por la molestia, la interrupción por la interrupción, criaturas sin otra razón que agotarse en el mismo acto de existir, de importunar, de hacerse intempestivamente presente. Aunque, eso sí, dejando a su paso un territorio calcinado, como el caballo de Atila: una siesta arruinada, una reunión interrumpida, un estéril sobresalto. Como el caballo de Atila, además, no existe fuerza suficientemente poderosa para cerrarle el paso: si una compañía decide hacer de una persona su cliente, hacia ella dirige el irrefrenable galope de la publicidad basura a la espera de que estalle en cólera o, sencillamente, se rinda.
El Gobierno ha decidido tomar cartas en el asunto y prohibir la publicidad no deseada a través de las llamadas telefónicas. Aún no ha determinado la sanción para los incumplidores, por lo que las víctimas están a tiempo de hacerle sugerencias. Lo más fácil y juicioso sería pedir que les impusiera multas y sanciones económicas. Lo más reconfortante, en cambio, someterlos al castigo que ellos mismos han inventado, recibiendo a cualquier hora del día o de la noche, y por un plazo proporcional a su falta, tantas llamadas de publicidad basura como hayan realizado.
Se conoce el final de Atila, aunque existan varias versiones. Pero se ignora el de su caballo. Habrá quien aventure que murió de hambre, privado de la hierba que no volvía a crecer por donde pisaba. En realidad, ha sido lo mismo con la publicidad no deseada, con esta auténtica publicidad de Atila.
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