Amigo póliza
Jardiel Poncela fue el autor teatral más fecundo y exitoso de la primera mitad del siglo XX, incluido el excluyente y terrorífico paréntesis de la Guerra Civil. Es casi excusado decir, incluso a los que lo ignoran, que murió en la miseria, a edad que hoy tendríamos por relativamente joven. Su obra, teatral y novelística, conoció el favor del público.
Si hay un lema para definir los hechos humanos es la definitiva e inclemente sentencia "Sic transit gloria mundi", el olvido, que es la negación de la existencia. Sobrenadan unas cuantas obras literarias -a ellas nos estamos refiriendo específicamente- casi intocables, como El Quijote, que conservan un porcentaje de eternidad cualificado. Hay páginas plúmbeas que sobreviven por el empeño inducido en el lector de aceptar el total de la narración, como ocurre con esas delicias gastronómicas donde se ha colado un ingrediente que detestamos, pero sin atrevernos a criticarlo y ponemos en el borde del plato.
La cita de Jardiel viene traída por la definición que hizo del "amigo póliza", el sujeto que se nos adhiere y parece la póliza en un documento oficial. Hasta esta expresión hay que explicar, porque ha desaparecido en fecha no conocida. Era el impuesto que percibían entidades oficiales o privadas, en forma de pequeño cuadrado de papel, engomado por el envés, justificado con un dibujo alusivo y marcado con una cantidad. Resultaba indispensable para dar curso a la multitud de escritos a través de los cuales el ciudadano se dirigía a la Administración.
Contaban, en tiempos próximos a la posguerra, que cierto demandante quiso avalar un escrito insertando en la petición los gritos llamados patrióticos de la época: "Arriba España, arriba Franco, arriba el Ejército, arriba el campo, arriba el requeté, arriba Falange, etcétera...". Un conspicuo jefe de negociado echó un vistazo a la totalidad y no entró en materia. Con mano firme, advirtió: "Arriba falta una póliza de diez céntimos para la Mutualidad de Funcionarios", e invalidó el escrito.
Las pólizas han desaparecido o se están yendo, como ocurrió con el antecesor del DNI, la cédula personal, un pedazo de papel librado por la autoridad que tenía que ser avalado, para su plena vigencia, por una institución conocida o un establecimiento comercial abierto. De esa forma, durante muchos años, las garantías personales de correcto patriotismo necesitaban ser visadas por el sello de la pescadería o la ferretería. Imagino que todas estaban provistas de esos salvoconductos de caucho y la tinta, azul o roja de los tampones.
Volviendo a la cita jardielesca de la maldecida tropa de gorrones y sablistas, que casi eran una clase social en aquella España pobre y miserable, surgió la deriva hacia una nueva concepción de la amistad, otra que la conocida por griegos, romanos, gentiles y creyentes. Del "amigo póliza" se quiso pasar al amigo profesional, cuyos primeros brotes, como tantas cosas, nos llegaron de Estados Unidos de América. No era una relación platónica, sino remunerada, que exigía una nómina de requisitos. El amigo, en calidad de prestación remunerada, habría de reunir determinadas condiciones, a título imperativo: cultura media aceptable; conocimiento al menos de dos idiomas, el inglés incluido y obligatorio; aguante para la bebida, en la que se tenían en cuenta los refrescos y las colas; aptitud para contar chistes que parecieran nuevos, nivel medio para jugar al ajedrez, al bridge, al mus, al tenis y al golf y al pádel, con la inteligente delicadeza del momento en que es oportuno perder y, además de otras prendas que he olvidado, la sabiduría de callar a tiempo y dominar el difícil arte de escuchar necedades aparentando interés.
Desapareció, diluido, el "amigo póliza", pero sin institucionalizar el nuevo modelo. Se avanzó aquella dirección, fueron fijadas tarifas máximas, seguros de vida y accidentes, incluso se imprimieron tarjetas de visita: "Fulano de Tal, Amigo". Hubo proyectos de cooperativas, supuestos de jubilación, viudedad equiparada, incapacidad, etcétera... Si alguien ha tenido la ocurrencia de la Educación para la Ciudadanía, ¿por qué no estimular el sentimiento amistoso como una conquista gubernamental?
Podríamos decir, como mi antiguo chófer y amigo del alma, Ramón Urbano: "Más que presidente de la General Motors, un amigo".
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