La herencia dilapidada
No viene de dos días que los hijos den disgustos a los padres. Sin ir más lejos, Guillem de Anglesola, a la sazón hijo de Constanza y de Guillem, vendió la herencia que sus padres le legaron por la módica cantidad de cinco mil sueldos, cifra que se justificaba por la calidad de lo heredado, y que era, nada más y nada menos, que el término donde se hallan Benassal y otros varios pueblos más, llámense Culla, Albocasser, Aras del Maestre, Catí, Tirig...
La tradición milenaria de aquellos poblados, que como muestran las distintas cuevas y parajes que allí existen ocuparon partidas de hombres y mujeres prehistóricos, están llenas de valiosas muestras de lo que se ha dado en llamar Arte Rupestre Levantino. Las representaciones pictóricas de la caza y otros momentos trascendentes de la vida privada de nuestros antecesores, no importó nada a Guillem, que cedió por ese dinero todas sus posesiones a la Orden del Temple, aunque quiso el destino, o mejor Clemente V, que al principio de los años mil trescientos la Orden se disolviese, heredando la heredad los de la Orden Montesa.
Almendros y olivos, avellanos y algo de vid con algunos cereales son plantaciones que veremos en nuestro recorrido, a las que acompañan otras floras silvestres, como las hierbas que en todo campo se desarrollan y que aquí se presentan en su versión más aromática, con el tomillo o la lavanda como banderas.
En este idílico paraje se desarrolla la vida de los caracoles, que pasean cuando la humedad les es propicia entre sus pastos, los cuales les transmiten su olor y su sabor; para que ellos a su vez, en un ejercicio de modestia y reciprocidad, se encarguen de perfumar los guisos que los contienen.
Y entre los más significados de éstos se encuentra el llamado tombet, ingeniosa combinación de verduras y carnes que debe su justo nombre a los golpes o bruscas agitaciones que debe sufrir el perol que lo contiene durante el período de cocción. Las cuales agitaciones amén de evitar que los productos se queden adheridos por la fuerza del calor a los bajos del puchero, propician la salida de los jugos y osmozomos del interior de las carnes, que así consolidan el caldo y lo vuelven más sabroso.
Decíamos del tombet que es enjundioso plato en su versión local, ya que une los antedichos caracoles con las carnes que se le ajustan por el entorno en que viven, y que son, entre otras, el conejo, el cordero y el cabrito, y algunas verduras entre las que no deben faltar la cebolla ni el tomate. Después de cocida la carne, y las verduras junto con ella, procede adicionar los caracoles, que habrán seguido similar suerte, y ligar el conjunto con una típica picada, que en nuestro caso contendrá las almendras y los ajos, huevo duro y perejil; y unas hebras de azafrán.
Pero antes de comer deberemos de beber el agua milagrosa que nos brindan las fuentes de los balnearios de Catí y de Benassal, que nos bendecirán el riñón, para así poder filtrar el vino que, de forma inevitable, debe acompañar la ingesta de todo caracol.
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