Rusia impone su poder
El Gobierno de Moscú ha obtenido un gran éxito al lograr que el presidente Sarkozy aceptara hablar, por primera vez en Occidente, de los territorios no reconocidos de la antigua URSS sin mencionar la integridad territorial de Georgia
La guerra ha vuelto al Cáucaso. El enfrentamiento de Georgia con Rusia por conquistar Osetia del Sur es el síntoma más inquietante de viejos problemas vecinales que, como enfermos no tratados, se han agravado con el tiempo, además de haberse contagiado de las dolencias, las manías y las obsesiones de los grandes actores de la geopolítica mundial.
En la noche del 8 al 9 pasados, Mijaíl Saakashvili, el presidente de Georgia, trató de solucionar por la fuerza uno de los cinco conflictos que quedaron en la geografía de la antigua URSS cuando se fragmentó en 15 países. El de Chechenia, el más virulento de todos, ya fue resuelto por Rusia (por lo menos de momento) al precio de dos guerras, decenas de miles de muertos y la instauración en el poder de Ramzán Kadírov, que dicta su propia ley en aquella región caucásica.
El enfrentamiento es el síntoma de problemas que, como enfermos no tratados, se han agravado con el tiempo
Territorios sin salida para sus aspiraciones viven independientes, 'congelados' en un mundo paralelo
Los presidentes que ha habido en Georgia desde el colapso soviético han iniciado guerras por motivos territoriales
Putin ha sabido encauzar la energía guerrera chechena al servicio y nómina del Estado ruso
El delicado tema de la independencia de los "agujeros negros" se encuentra ya sobre la mesa en Europa
Georgia presenta a osetios y abjazos como "mafias delictivas", mientras que la retórica actual rusa los exalta
El resto de territorios que no han encontrado salida para sus aspiraciones -Osetia del Sur y Abjazia, en Georgia; el Alto Karabaj, en Azerbaiyán, y el Transdniéster, en Moldavia- llegaron a un estado de congelación tras diversos acuerdos de alto el fuego firmados en la primera mitad de los años noventa. Desde entonces han sido independientes de hecho y han vivido en un mundo paralelo al de los Estados reconocidos en 1991, a los cuales en la práctica nunca se han sometido. El Alto Karabaj se mantiene gracias a Armenia, y los otros tres lo hacen merced a la ayuda de las tropas de pacificadores rusos y el apoyo político y económico de Moscú, que ha repartido generosamente pasaportes entre sus habitantes.
Kosovo ha derretido aquel universo congelado. La independencia lograda por la antigua región autónoma de Serbia con el apoyo de EE UU y otros países occidentales ha supuesto un precedente para todos, un ejemplo a imitar para los territorios no reconocidos y a evitar para quienes pretenden controlarlos. Al deshielo de la situación de Osetia del Sur y Abjazia ha contribuido la aparición de Mijaíl Saakashvili, un líder encumbrado por la Revolución de las Rosas (2003) con prisa por "reunificar las tierras georgianas" e ingresar en la OTAN a toda carrera para, según el primer ministro ruso, Vladímir Putin, "intentar arrastrar a su país y a otros pueblos en su aventura sangrienta".
Igualmente importante en la gestación del conflicto es la política de afirmación de intereses de una Rusia enriquecida y embravecida por los hidrocarburos, la cual, desde la perspectiva de Saakashvili, "no ha aprendido nada, después de los mongoles" y no tiene "ni un gramo de civilización".
El cóctel preparado con estos ingredientes ha sido la guerra de Osetia del Sur. Para conquistar este territorio, las tropas georgianas realizaron un ataque masivo preparado concienzudamente. Los rusos lo rechazaron en nombre de sus conciudadanos residentes en Osetia del Sur y, en su contraataque, cruzaron la frontera de otro país -por primera vez desde que desapareció la URSS- para entrar en Georgia y realizar operaciones militares en el territorio de ésta (en Gori, la patria de Stalin, y en el puerto de Poti, en el mar Negro, por citar sólo dos casos). Pese al acuerdo entre Georgia y Rusia gestionado hace unos días por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, el pasado jueves parecía que los soldados rusos no abandonarían las posiciones militares en territorio de Georgia que son imprescindibles para la seguridad de Abjazia y Osetia del Sur.
Osetios y rusos calculan que el número de muertos y heridos oscila entre los 1.600 y 2.000, aunque esta cifra parece exagerada a quienes han recorrido la zona y podría estar deliberadamente inflada en el marco de la propaganda de guerra para subrayar la magnitud del ataque georgiano. Las pérdidas de los militares rusos son de 74 muertos, 171 heridos y 19 desaparecidos, según cifras facilitadas por el Estado Mayor ruso el pasado 13 de agosto. En las operaciones participaron reclutas cumpliendo su servicio militar, según el diario Novii Izvestia.
Paralelamente, Abjazia aprovechó la guerra en Osetia del Sur para abrir un segundo frente y reconquistar la parte alta del valle de Kodor, que los georgianos ocuparon en 2006 para establecer un régimen leal a Tbilisi, algo parecido a lo que habían hecho también en Osetia del Sur, en el pueblo de Kurta, a seis kilómetros de Tsjinvali. A diferencia de Osetia del Sur, donde los pueblos georgianos (hoy vacíos) y los osetios forman un mosaico, Abjazia es un territorio compacto.
La guerra propagandística que ha acompañado las hostilidades hace difícil la reconstrucción precisa de muchos aspectos. Saakashvili saca a los rusos de sus casillas porque éstos creen sinceramente que el líder georgiano dice una cosa y hace exactamente lo contrario con el beneplácito de europeos y, sobre todo, de los norteamericanos.
El detonante inmediato de la confrontación fue un ataque por sorpresa georgiano en la noche del 7 al 8 de agosto. Los rusos -desde los altos dirigentes hasta los ciudadanos de a pie- le aplican un solo calificativo: "pérfido". Para Tbilisi, el objetivo es el "restablecimiento" de un "orden constitucional" que -hay que subrayar- nunca existió de hecho en Osetia del Sur.
A principios de los años noventa, cuando en Tbilisi estaba en el poder Zviat Gamasajurdia, los georgianos intentaron someter a Osetia del Sur, que los rechazó por las armas, tras un penoso bloqueo de Tsjinvali, que, por estar metida en un valle, es muy vulnerable a los ataques desde las alturas vecinas por el sur y los pueblos georgianos en las montañas. En 1992, el presidente de Rusia, Borís Yeltsin, y el de Georgia, Eduard Shevardnadze, firmaron en Dagomís (Sochi) un acuerdo regulador del conflicto. En virtud de este pacto fue creado un mecanismo tripartito, la Comisión Mixta de Control (CMC), que sentaba a la mesa a rusos, georgianos y osetios, y enviaba a la zona un contingente pacificador formado por tres batallones: uno georgiano, otro ruso y otro osetio, a razón de 500 hombres cada uno, amén de la posibilidad de ser reforzados.
En los últimos años, la CMC se reunía de forma cada vez más esporádica y los pacificadores colaboraban cada vez menos y estaban cada vez más a la greña. Hace ya tiempo que Saakashvili quería eliminar a los pacificadores rusos presentes en Osetia del Sur y en Abjazia, por considerarlos tropas de ocupación que han tomado partido por los separatistas. Sin embargo, los rusos se han negado a marcharse invocando los acuerdos de los noventa y la necesidad de proteger a osetios y abjazos. Georgia ha presionado en vano a los países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), bajo cuya égida actúan formalmente los pacificadores rusos en Abjazia, para que suspendieran su mandato, y también ha tratado de involucrar a pacificadores de otros países en los dos territorios independentistas.
En julio pasado, las hostilidades en Osetia del Sur fueron en aumento. Por las noches, los georgianos disparaban sobre Tsjinvali desde los altos vecinos y la población civil había comenzado a evacuar a los niños a Osetia del Norte. Los aviones rusos llegaron a volar sobre la capital osetia para "enfriar las cabezas calientes". El 7 de agosto la situación dio un giro radical y se transformó en guerra abierta cuando Tbilisi mandó su aviación y sus tanques a la conquista de Osetia del Sur. Ni los osetios ni los rusos esperaban la agresión, sobre todo después de las declaraciones televisivas de Saakashvili, que por la tarde del 7 de agosto había exhortado a mantener la calma y no responder a las "provocaciones" de los surosetios. Ante las mágicas palabras del presidente cesaron los tiroteos sobre Tsjinvali, que habían durado todo el día. A la capital osetia llegó el ministro de reintegración georgiana, Temur Yakobashvili, que se reunió a puerta cerrada con el embajador para asuntos extraordinarios del Ministerio de Exteriores de Rusia, Yuri Popov, y Borís Chochíev, el representante de Osetia del Sur en la CMC. Yakobashvili abandonó Tsjinvali en un coche con cristales ahumados y sin hablar con la prensa, según la periodista Marina Perevózkina.
La sensación de relajo era tal que Popov, Chochíev y Marat Kulajmétov, el jefe de los pacificadores rusos en Osetia del Sur, hicieron un descanso antes de comunicar a los periodistas, entre las ocho y las nueve de la noche, que se había acordado un alto el fuego y que a mediodía del viernes, día 8, se reunirían Yakobashvili y Chochíev.
Perevózkina dormía ya cuando el secretario de prensa de los pacificadores despertó personalmente a todos los periodistas del hotel Alán, el único aceptable de la ciudad, que fue renovado para acoger en noviembre de 2006 a los reporteros que cubrieron el referéndum en el que Osetia del Sur reafirmó su voluntad de independencia, ya expresada en otra consulta popular en 1992, y reeligieron también a su presidente, Eduard Kokoity. Kulajmétov quería hacer una declaración urgente en el cuartel de los pacificadores, pero cuando el militar se disponía a hablar cayó una carga de mortero sobre el cuartel y los periodistas salieron huyendo, mientras la artillería georgiana, apoyada por la aviación, atacaba la ciudad con morteros, misiles y bombas.
La periodista Perevózkina, con otros compañeros y pacificadores osetios, pasó la noche en la caseta de las duchas, un edificio poco consistente, de donde saldría para correr como una liebre hacia el sótano del hotel. La odisea que la llevó por huertos y sótanos se acabaría para ella el sábado 9 de agosto por la noche, cuando pudo abandonar la ciudad.
Irina Kuksenkova, del diario Moskovski Komsomólets, que también estaba en el cuartel de los pacificadores rusos en Tsjinvali, registró la conversación por radio en la que una unidad rusa advertía a otra del comienzo del ataque masivo de los tanques georgianos sobre Tsjinvali. Eran las 23.37 (dos horas menos en España) del jueves 7 de agosto. En el momento del ataque, afirmaba Kuksenkova, Rusia tenía 1.700 soldados en Tsjinvali. Esos efectivos eran insuficientes para repeler la ofensiva que Tbilisi ha calificado como "medidas de respuesta a la provocación de Osetia del Sur y de defensa de la agresión rusa". Medios militares rusos aseguraban que en ella han participado 10.000 hombres.
A la vista de lo bien equipados que están los georgianos, los militares rusos piden ahora un incremento de su presupuesto, en parte para medios de equipamiento electrónico. La sofisticación de los pertrechos georgianos y la cuantía de su presupuesto de defensa (hasta 890 millones de dólares o el equivalente al 8% de su PIB, según el diario Kommersant) contrastan con la situación económica del país, que ha sustituido su economía tradicional agroindustrial orientada hacia el mercado ruso por una combinación de créditos, inversiones directas inspiradas en parte políticamente y donaciones.
"La economía georgiana es artificial y depende de las entidades internacionales que reproducen en Tbilisi la misma política que llevaban en Latinoamérica en los años setenta", señala una fuente financiera internacional. "Si dejamos de lado el maquillado de las cifras realizado por expertos funcionarios internacionales, todas las finanzas georgianas suponen la décima parte del volumen de una caja de ahorros española de medio pelo", señalaba la misma fuente, que considera el envío de 2.000 soldados georgianos a Irak como una forma de "luchar contra el paro".
Por la mañana del 8 de agosto, Tsjinvali era una ciudad en ruinas que a muchos les recordaba Grozni, la capital de Chechenia, durante la guerra. La sede de la presidencia y el Gobierno de Osetia del Sur, el Ministerio de Defensa y Asuntos Exteriores, el Parlamento y la Universidad habían quedado destruidos, al igual que barrios enteros, especialmente los más expuestos a las posiciones georgianas. Por la tarde del 8, los tanques georgianos se paseaban junto al cuartel de los pacificadores, y la situación para los soldados rusos y osetios que permanecían en él llegó a ser tan crítica que éstos quemaron los documentos y los códigos secretos de las comunicaciones y echaron a la hoguera la bandera georgiana que todavía ondeaba en el cuartel, incluso después de que los georgianos se fueran aparentemente a la vista de lo que se avecinaba.
El sábado 9 de agosto, los rusos recibieron refuerzos del 58º Ejército, unidades del batallón checheno Vostok y una brigada del servicio de espionaje militar. Los soldados rusos que durante todo el día estuvieron entrando en Osetia del Sur se cruzaban con una riada humana que huía hacia el norte. Cuando las agencias de prensa rusas anunciaban que Tsjinvali estaba ya bajo control, la realidad era que los rusos no habían podido entrar en Tsjinvali debido al intenso fuego de los georgianos. En opinión de Kuksenkova, un precipitado ataque ese día costó a los rusos decenas de carros blindados y prácticamente les privó de un batallón.
El domingo 10 de agosto, Tsjinvali fue dividido en dos partes: rusos y osetios controlaban el norte del mercado, y los georgianos controlaban el sur. Hubo confusión y grandes pérdidas. Los rusos derribaron uno de sus propios aviones, cuyo piloto se salvó de milagro del tiroteo amigo, según relataba Kuksenkova, y de los 200 pacificadores que intentaron salir del puesto de Shanjai (un barrio al sur de Tsjinvali) sólo 40 lograron ponerse a salvo en Dzhava, la segunda ciudad del país. Hubo que esperar a la noche, tras la entrada de refuerzos masivos, para poder hablar de una "liberación segura" de la ciudad, según afirmaba el coronel Ígor Konachenkov, ayudante del jefe de la infantería rusa. E incluso el lunes y el martes de esta misma semana seguían los combates residuales en la frontera administrativa de Osetia del Sur con Georgia. En opinión de los analistas militares rusos, tan sólo la desmilitarización de las zonas adyacentes georgianas asegura la estabilidad de la región separatista. Por esta razón, parece, el Ejército ruso emprendió operaciones en Gori, incluso después de que el presidente Dmitri Medvédev anunciara el alto el fuego el pasado martes. En esa jornada, la diplomacia comenzó a predominar sobre las armas gracias a los esfuerzos del presidente francés, Nicolas Sarkozy.
Mientras tanto, Abjazia había bombardeado a los georgianos del desfiladero de Kodor y completaba su operación para expulsarlos de allí. Los abjazos dijeron que se habían bastado solos, pero Rusia les envió 9.000 hombres y 350 blindados, así como al general Vladímir Shamánov, famoso por sus campañas en Chechenia. La situación internacional se complicó con la entrada en juego de Ucrania, preocupada por el uso de la flota del mar Negro de Rusia en contra de Georgia. Efectivamente, los buques rusos bloquearon los accesos a los puertos georgianos con el fin de impedir que las tropas de Tbilisi entraran en Abjazia por mar y también que el Ejército pudiera recibir suministros de armamento proveniente de otros países.
También en el frente abjazo, Rusia se salió del marco de la defensa de los territorios no reconocidos, al hacer incursiones en el puerto de Poti y destruir instalaciones militares en esa ciudad. Tras entrar en Zugdidi, en la zona de seguridad abjazo-georgiana, los rusos siguieron hasta Senaki. Yúshenko, con otros líderes de la nueva Europa, de Polonia y los países del Báltico, fue a apoyar a Saakashvili a Tbilisi y posteriormente promulgó un decreto por el que obliga a los buques de la flota del mar Negro a pedir permiso con anticipación para abandonar su base de Crimea. Rusia alega que la medida viola los acuerdos de 1997 sobre la flota del mar Negro.
Para comprender lo sucedido y en previsión de lo que puede suceder, conviene deslindar entre los problemas mismos de las comunidades no reconocidas y los que han aportado los salvadores y mediadores. El independentismo de Osetia del Sur y de Abjazia tiene su propia lógica interna, pero sobre ella se proyectan las lógicas y ambiciones de quienes se presentan como gestores diversos del problema. Rusia ha visto en los náufragos de la antigua URSS un instrumento para afirmar su política contra la ampliación de la OTAN. Moscú ha ayudado a los separatistas con pasaportes, becas de estudios, ciertas prestaciones sociales como pensiones de jubilación y financiación de obras y comunicaciones. Pero también ha tenido a estas regiones en una especie de limbo jurídico, sin reconocerlas como Estado y sin anexionárselas. La solidaridad y las emociones que hoy despiertan los osetios en el Kremlin contrastan con la indiferencia de éste ante los problemas de los rusos a merced de déspotas asiáticos. El Kremlin nunca ha defendido en público a los rusos que sufren diferentes vejaciones en Turkmenistán, un socio clave de Gazprom en el negocio del gas. La indignación de la sociedad rusa ante el sufrimiento de los osetios contrasta también con su indiferencia ante los excesos que el Ejército ruso cometió en Chechenia, hoy aparentemente olvidados.
La Rusia de hoy no es la de los noventa, y prueba de ello es que en Osetia del Sur han luchado los batallones chechenos Vostok (Este) y Západ (Oeste), que ya fueron de pacificadores al Líbano. Putin ha sabido encauzar la energía guerrera chechena al servicio y nómina del Estado, y prueba de lo complicadas que son las cosas en el Cáucaso es Sulim Yamadáyev, sobre el que pesa una orden de busca y captura como acusado de asesinato, según Moskovski Komsomólets, uno de los jefes de las unidades chechenas en Osetia del Sur. En Osetia del Sur han luchado 218 chechenos (103 en Tsjinvali y otros 115 en las proximidades de Gori).
En 1989, el premio Nobel de la Paz Andréi Sájarov había calificado a Georgia de "pequeño imperio" con respecto a Abjazia y Osetia del Sur. De hecho, los tres presidentes que se han sucedido en Georgia desde el colapso de la URSS -Zviad Gamsajurdia, Eduard Shevardnadze y Mijaíl Saakashvili- han iniciado guerras por motivos territoriales. Cualquiera que esté familiarizado con Georgia advierte el contraste entre las dos caras del país: una refinada y exquisita, que produce música fascinante y cineastas de la categoría de Ioseliani, Cheídze, Paradzhánov o Abuladze; y otra brutal y cruel, cuyo máximo exponente fue Stalin. Esta corresponsal recuerda cómo en febrero de 1991 los ancianos de un asilo de Tsjinvali perecían de frío debido a las insoportables condiciones creadas por el corte de energía eléctrica sancionado por las autoridades georgianas.
Los georgianos se han empeñado en presentar a osetios y abjazos como "mafias delictivas", y la retórica actual rusa en defensa de pequeños pueblos los exalta ahora prácticamente como reservas culturales de la humanidad. La realidad es más matizada. Por definición, es imposible sobrevivir como "Estado no reconocido" sin cometer ilegalidades desde el punto de vista de los reconocidos. Los abjazos pertenecen a la comunidad de los cherkesos masacrada y vencida por el Imperio Ruso en el siglo XIX, y los osetios se consideran los descendientes de los alanos, otro viejo pueblo del Cáucaso, y hablan una lengua emparentada con el farsi. Unos y otros sufren la globalización. En diciembre de 2006, un ex alto funcionario osetio se quejaba en Tsjinvali de que la cultura local estaba siendo asimilada a la rusa y de que los actuales dirigentes, acostumbrados al apoyo de Moscú, se esforzaban poco por desarrollar el potencial económico de la región, que, según él, estaba en la agricultura y la energía hidroeléctrica.
Rusia ha obtenido un gran éxito al conseguir que Sarkozy, por primera vez en Occidente, aceptara hablar de los territorios no reconocidos sin mencionar la integridad territorial de Georgia, y aunque este punto desapareció del plan consensuado con Saakashvili, lo cierto es que el tema de la independencia de los agujeros negros está ya sobre la mesa en Europa. En altos círculos rusos existen dos tendencias: una a reconocer la independencia de estas regiones, y otra a dar largas al proceso. Al no reconocer la independencia de Tsjinvali y Sujumi, el Kremlin mantiene a Georgia y Occidente pendientes de un proceso de diálogo y negociación, es decir, ata a Georgia y le impide autodeterminarse ella misma, libre de su "pequeño imperio". Esta última postura prevalecía esta semana en Moscú. Se trata de un juego arriesgado que requiere mucha sofisticación para no desbordarse. Desde luego, los separatistas preferirían ser reconocidos ya. Hoy mismo.
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