¡Viva Weill!
Todavía coleando los ecos de su reciente y exitoso paso por el Palau barcelonés, Ute Lemper regresó el pasado martes haciendo lo que mejor sabe hacer: cantar a Kurt Weill. En Sant Feliu de Guíxols, la soprano alemana triunfó merecidamente por todo lo alto. Uno de los platos fuertes de la 46 edición del Festival de la Porta Ferrada era precisamente la presencia de Lemper con una nueva puesta en escena del ballet-chanté de Bertold Brecht y Kurt Weill: Die Sieben Todsünden (Los siete pecados capitales) y realmente la presencia de Lemper fue uno de los éxitos del más veterano de nuestros festivales veraniegos, pero no cantando esa pieza, sino gracias a una primera parte sencillamente magistral en la que rescató algunas de las mejores canciones de Weill. Memorable.
Comenzó la noche Lemper a solas con los 45 profesores de la orquesta Barcelona 216 dirigida por José Luis Estelles. Y comenzó, ¿cómo no?, con Makie Meser, la más emblemática de las canciones de Weill y Bretch. Vestida de negro y moviendo felinamente su espigada silueta la cantante bordó ese tema eterno con un suave pero contundente acompañamiento orquestal. ¡Qué diferencia entre la Lemper rodeada de sus cuatro músicos y esta Lemper proclamando todo su poderío, que es mucho, sobre el entramado de una orquesta!
Ese dominio escénico de la diva alemana fue lo que salvó la segunda parte de la noche: Los siete pecados capitales en versión de Federic Amat con coreografía de Jordi Cortés. La bailarina Catherine Allard defendió como pudo unos escuetos (casi inexistentes) pasos de baile ante una enorme pantalla en la que se proyectaba un vídeo bastante discutible aunque por momentos plásticamente atractivo. Todo habría hecho aguas ya en el mismo prólogo pero, por suerte para todos, ahí estaba Ute Lemper para hacernos olvidar de inmediato todo lo que sucedía a su alrededor.
Los siete pecados capitales narra una historia, pero increíblemente no se tradujo el texto de Bertold Brecht, esencial para seguir la aguda sátira de la obra (habría sido muy fácil con un vídeo funcionando en todo momento). Desprovisto de ese significado, la escasa parte danzada quedaba como una simple anécdota plástica que nada añadía al contenido de la representación, más bien al contrario: lastraba pesadamente algunos pasajes. Una versión concertística con los mismos intérpretes y debidamente sobretitulada habría sido una opción mucho más acertada.
Así las cosas, sólo se salvó, pero con muy buena nota, la parcela musical (bien la orquesta y muy bien el cuarteto vocal) destacando una vez tras otra una Lemper comiéndose el escenario y demostrando la pervivencia de una música tan seductora hoy como hace 75 años.
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