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Reportaje:A TRAVÉS DEL PAISAJE

Desierto sin arenas

Nada de dunas y arena. Ni mucho menos de verdes oasis, esos míticos lugares donde saciar nuestra sed en compañía de camellos y otros ungulados, rodeados de beduinos con negras vestimentas. Todo eso falta en nuestro desierto porque nos confunden las palabras, porque creemos a pies juntillas lo que nos indica el diccionario, o, al fin, porque jamás fuimos seguidores de los que tomaron como modelo a Elías, el profeta a quien Dios arrancó de este valle de lágrimas arrebatándolo hacia los cielos en un carro de fuego tirado por corceles asimismo flamígeros.

Pues parece que Elías se enfrentó con Jezabel, a la sazón casada con Ajab -que aunque era rey de Israel parece tenía el carácter más débil que su tocayo de Melville- por motivo de otros profetas -esta vez falsos- que adoraban a Baal, y en tal enfrentamiento, que se produjo en el Monte Carmelo, perdieron los blasfemos, tras lo cual el triunfante Elías se retiró al desierto a meditar.

En el siglo XII, algunos eremitas capitaneados por San Bartolomé se reunieron en el antedicho monte para, haciendo homenaje al profeta, fundar una orden religiosa cuyos miembros se llamarían carmelitanos en reconocimiento al lugar donde se produjo el relatado prodigio de la Historia Sagrada. Los carmelitanos decidieron que sus residencias o lugares donde meditar se llamarían desiertos, y aquí se desvela el misterio de por qué hay un desierto en Castellón, siendo la única razón existente el que la Orden Carmelitana tiene en ese lugar una de sus más emblemáticos monasterios.

El desierto, que se extiende al noroeste de Castellón, en los términos de esta capital y los de Borriol, Cabanes, Benicàssim y La Pobla Tornesa, cuenta con llanos y montes, de entre los cuales el más representativo es el llamado Bartolo, con más de 700 metros de altura, y con muchas piedras de rodeno, que se acoplan muy bien en las orillas de las piscinas impidiendo resbalar al empapado bañista.

En cuanto a los animales que la pueblan, como es norma en estos parajes, más se señalan aquellos de estado salvaje y limitado aprovechamiento para el humano que otros aptos para los placeres gastronómicos, y para confirmarlo véase la lista escrita a vuela pluma: sapos parteros, lagartos ocelados y culebras de escalera nos contemplan desde el suelo, y nos vigilan desde los aires, entre otros, búhos, cuervos, mochuelos y torcecuellos.

A la vista de los paisajes parece que sucedería lo mismo en lo tocante a la flora, que amén del palmito que presta nombre al desierto, está formada por pinos y alcornoques, y carrascas, en cuanto a los de mayor tamaño, siendo matorrales como el durillo, el aladierno, el enebro o el lentisco los que pueblan la mayor parte de la superficie del Desert.

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Pero he aquí el milagro: de donde solo había dureza y sequedad, olores concentrados de campo puro y aliagas que pinchaban al mero paso, los carmelitas extrajeron dulces aromas con que perfumar los alcoholes, aquellos que solían atesorar las órdenes religiosas en sus bodegas, provinentes sin duda del destilado de los restos y excedentes de nefandas cosechas vinícolas: el prodigio del licor carmelitano.

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