La postal de Javier Sierra
Tengo esa torre clavada en la memoria. Desde aquella vieja almena asomada al borde de un precipicio se domina el meandro del antiguo cementerio de Albarracín. Allí, a la fresca del río Guadalaviar, pasé mis primeras noches de vigilia. Fueron veladas de verano y charlas a media voz que aseguraban que en ese preciso lugar el fantasma de una antigua princesa bajaba a peinarse a la orilla. "Si no te duermes, la verás", me dijeron. Doña Blanca, el espectro de una noble aragonesa, llenó mi infancia de ensoñaciones misteriosas. Albarracín es, pues, depositaria de mil y una leyendas que permeabilizaron mi mente a lo mágico, a lo inexplicable. / Javier Sierra es escritor.
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