Una tarde con trofeos para todos
Las ceremonias de la confirmación taurina no dejan de ser un espejo de la propia vida. Un profesional avezado introduce en el negocio a un debutante, condesando en la confidencia del doctorando una mezcolanza de deseos, buenas intenciones, y consejos para el novel. No conocemos las palabras que en la tarde de ayer dirigió Ponce a El Vitoriano, pero probablemente le advertiría de la dureza que presenta la profesión para el que se inicia en la misma, que se acrecienta si el toricantano es norteño y ayuno de oportunidades.
Con esos prolegómenos, y, tal y como demostraría toda la tarde, derrochando quintales de disposición y voluntad, recibió el nuevo doctor en tauromaquia a Langosto, con el que no terminó de acoplarse en una faena sin ritmo ni ligazón debido a los pasos que necesitaba perder tras la salida de cada muletazo.
Puerto San Lorenzo / Ponce, El Cid y El Vitoriano
Seis toros de Puerto de San Lorenzo y La Ventana del Puerto de destacada presentación. Mansos y descastados los tres primeros. Nobles y manejables los tres últimos. Destacó el quinto, con nobleza, fijeza y prontitud.
Enrique Ponce (de azul cobalto y plata): dos pinchazos y estocada tendida. (aplausos tras un aviso); y media estocada en lo alto (oreja).
El Cid (de gris perla y oro): estocada (oreja); y dos pinchazos, media estocada y un descabello (ovación).
El Vitoriano, que tomó la alternativa (de azul bilbao y oro): tres pinchazos y estocada con el toro entablado (aplausos); y gran estocada (oreja).
Plaza de toros de Vitoria. Dos tercios de entrada.
Ponce mostró el toreo que le ha llevado a lo alto del escalafón
A pesar de la limitación que supone el no tocar toro desde el ejemplar de la confirmación al que cierra tarde, El Vitoriano cortó un apéndice al mismo, gracias a un vibrante tercio de banderillas, a la contundencia con la tizona y, por qué no decirlo, a la fidelidad del paisanaje, deseoso de que no se fuera de vacío.
La actuación que protagonizó Enrique Ponce es el perfecto reflejo del toreo que le ha llevado a comandar el escalafón en los últimos 15 años. Así, la faena al primero de su lote puede considerarse prototípica en la trayectoria profesional del valenciano. Animal justo de fuerzas, que en manos del doctor que, hábilmente le va suministrando cuidados, va mejorando de su dolencia para llegar dulce al final del tercio.
Lidia desarrollada totalmente por las afueras, con la franela a media altura ya que, de lo contrario el toro perdía irremisiblemente las manos. Dentro de esas pautas, se pudo ver toreo circular, largo y templado. El crédito acumulado se malgastó a espadas.
En el ejemplar de preciosa lámina lidiado en cuarto lugar se cobró un trofeo. Desde las dos primeras tandas por la derecha en las que intentó alargar su corta embestida se pudo comprobar que el burel se desplazaba, repetía y tenía más fuelle que los hermanos que le precedieron. Ponce practicó un toreo académico de la casa en donde coincidieron ligazón en las series y ritmo de faena con el consabido toreo en línea sin excesivas cercanías. Despachó con medía estocada que, al estar colocada en todo lo alto, fue demoledora.
La importancia de contar con una buena cuadrilla pudo constatarla El Cid en la lidia del quinto de la tarde, de nombre Ventisquito. El precio de la entrada quedó justificado por ver lidiar a El Boni y los dos pares de rehiletes de Alcalareño.
El Cid utilizó para cuajar a un toro paradigma de la bondad y nobleza que gusta catar a los primeros del escalafon su mejor arma, la poderosa mano izquierda. Y, a pesar de conseguir pasajes brillantes, no terminó de exprimir a un burel que se ahogaba en los terrenos cortos. Aun y todo, hubiese obtenido un triunfo importante si no hubiese marrado con la tizona en lo que es, desgraciadamente, una constante en su trayectoria profesional.
En su primer turno, se había manifestado muy por encima de un mansísimo ejemplar de embestida descompuesta, al que, intentó en todo momento, alejar de su querencia a rajarse por la vía de taparle la salida y tirar de él. De esta forma, acumuló naturales profundos en dos poderosas series.
Cuando el toro se rajó, aprovechó su querencia a chiqueros para enjaretarle en el tercio muletazos poderosos. Acertó, esta vez, con los aceros, y tras una estocada de efecto fulminante el público tuvo por bien solicitar una oreja que fue concedida por la autoridad, quizás para compensar la que le fue negada, con más meritos, en la corrida del día de la Virgen.
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