El susto de la perfección

Los chinos lo inventaron casi todo, y ahora han inventado una manera apabullante de divulgarlo (aquí, a través de TVE). Se han servido de la mano magistral de Zhang Yimou (Sorgo rojo), y elaboraron sobre el alambre de los Juegos un spot que es al mismo tiempo un anuncio, un cuadro, una película y un milagro. Lo inventaron todo, y qué forma de contarlo. Es historia, y hace historia. El papel, la pólvora, la seda... Inventaron también la perfección, y ayer lo mostraron. ¿De qué no serán capaces? Hasta el final el espectáculo se sustentó en dos categorías de suspense: ¿estos chinos equivocarán el paso alguna vez?, ¿será cierto lo que decían Escario, Rivero y Casteller, y los chinos se superarán encendiendo la antorcha?
Fue verdad; Li Ning voló por los aires como cumpliendo un sueño; esas imágenes como de Carros de fuego cumplieron, en los cielos, el primer objetivo de cualquier ejercicio deportivo: el hombre puede más que las dificultades. Fue tan perfecto todo que luego se extrañaba uno de que los deportistas cayeran en la tentación de hablar por el móvil mientras desfilaban. Estas ceremonias tan perfectas rozan en algún instante la cursilería o la chabacanería; me resultó cursi ese juego de manos como palomas que ensayaron casi al término unas hadas secundadas con bostezo por un público atosigado por la humedad, que también debe ser patrimonio de los chinos. ¿Y la chabacanería? El móvil, los rostros de los deportistas haciéndose ver por televisión como si estuvieran en un concurso de pueblo. Decía María Escario que Zhang Yimou había concebido esta gala para que fuera mirada por el ojo de una cámara, y ésta fue obediente y delicada, y uno se quedó ante el televisor boquiabierto y asustado. Tanta perfección humana sólo puede tener un final, volar, y eso también lo hicieron los chinos.
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