Pobre hombre ario: Owens humilla a Hitler
Berlín no pudo ser sede de los Juegos de la VI Olimpiada, en 1916. La Primera Guerra Mundial lo impidió. Alemania fue castigada como la gran perdedora y no participó en los siguientes Juegos, los de 1920, en Amberes, y tampoco en los de 1924, en París. Aún estaban candentes los territorios enemigos. Pero los infinitos vaivenes de la política y sus intereses, contaminantes siempre del olimpismo, le abrieron las puertas nuevamente en Amsterdam, en 1928. No sólo eso. Borrón y cuenta nueva. Tres años después, en la 29ª sesión del COI, celebrada en Barcelona, Berlín ganó la organización de los Juegos de la XI Olimpiada para 1936. Arrasó por 43 votos a 16 a la anfitriona, que perdía por segunda vez tras caer ya ante París para 1924.
Adolf Hitler aún no había llegado al poder en 1931, pero le faltaba muy poco: dos años. En otros tres presentó la gran parafernalia del nazismo en los Juegos. La perfección alemana, llevada al fondo de la perversidad. El británico lord Aberdan, durante la 32ª Sesión del COI en 1934, en Atenas, preguntó a los alemanes si los judíos podrían entrenarse normalmente. La campaña de temores iniciada en Estados Unidos, con el primer intento de boicot incluido, acabaría teniendo una horrorosa confirmación años más tarde. Pero la contestación germana de entonces fue: "Los deportistas que no sean arios tendrán todas las posibilidades de participar y no deben existir dudas con la disciplina y el espíritu deportivo del pueblo alemán".
Así fue, pero con malas caras significativas o dando la espalda. Hitler no pudo soportar la humillación del negro Jesse Owens, que en el quinto salto superó al alemán Lutz Long y ganó la longitud. El führer se fue del estadio mientras Long sí felicitaba a uno de los atletas más grandes de la historia. Quizá por eso no se libró después de la guerra, como otros atletas, y murió en 1943. Owens nunca perdió el contacto con su familia. Fueron momentos para la historia. Había ganado el día antes los 100 metros y sumaría dos oros más en los 200 y en el último relevo de los 4x100. Fue la abrumadora estrella de los únicos Juegos que ganó Alemania a Estados Unidos. El antílope de Alabama, recriado en Ohio, no hizo sino confirmar su hazaña del día de los días, un año antes, el 25 de agosto de 1935, cuando, tras igualar el récord mundial de las 100 yardas (91 metros), batió los de longitud (8,13 metros, duró 25 años), 220 vallas y 200 en poco más de una hora.
La grandiosidad de los Juegos, la mayor en toda la corta vida del olimpismo moderno, fue filmada con tal maestría por Leni Riefenstahl, que el encargo de propaganda nazi fue superado por la calidad del trabajo. Por primera vez hubo retransmisión televisada y antorcha.
No hubo españoles. La apertura fue el 1 de agosto y el 19 de julio estaban programados unos Juegos populares paralelos en Barcelona, un auténtico grito antifascista. Pero un día antes, un general, Francisco Franco, también acabó con todo.
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