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Columna
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Un asunto de faldas

Ahora que mis paisanos ribereños de Catoira ya han saqueado el centeno y aterrado a las doncellas de la parroquia con sus gritos vikingos; toda vez que en Herbón han consagrado el pimiento en el cielo junto a San Benitiño y que en Dodro ya han tomado bastante carnero como para creer en la misericordia divina aún a falta del San Campio y la Virxe do Leite, ahora, digo, es el momento de pensar seriamente en mandarse hacer un vestido de fiesta para lo que queda de agosto, que todavía hay tela que cortar y muchas cumbias que bailar.

Por lo menos me faltan en este recuento las fiestas de Pobra, Palmeira y Ribeira, las de Rianxo y las de Lestrove, las de Porto y Bastavales, las de Imo y las de Noia y las de San Ramón de Bealo y, del otro lado del río, las de Pontecesures, Cordeiro, Valga y Carril, para llegar sin aliento con la madrugada en las espuelas a la gran Vilagarcía. La cuestión es estar atento al cielo y allí donde un foguete sobresalte la paz de la mañana es que el santo ya baja en procesión y los mozos que lo llevan ya andan al paso de la rumba, que lo peor es que se queme el monte o que el petardo le estalle a uno de esos rapaces que andan por las leiras siempre buscando quincalla; que si una monedita, que si un pitillo, que si una medallita o que si un souvenir de esa gente que viene con el carro de las bebidas, con los ponies cada año más viejos, con las manzanas rellenas de caramelo y las garrapiñadas que parecen ser idénticas a las del otro santo.

La cuestión es estar atento y allí donde un foguete sobresalte la paz, el santo baja en procesión

Estamos de fiestas y a nadie se le niegan unos mejillones, unos cachelos, unas sardinas asadas, para que luego digan de los gallegos que somos amarrados. Estamos en fiestas y si se te atraviesa el albariño de garrafa siempre tenemos el martini, santo remedio local con una tapita de callos y un chorrito de ginebra, que aquí la gente es pía y bebe, y a las señoras un vinito de jerez o un ribeiro de esos que mi primo Avelino trajo de Leiro, probado in situ y catado por los más reputados sumillers de la parroquia... Y si se pone el asunto delicado, a dormir la merluza en la carballeira o debajo de la higuera, que hasta que llegue la orquesta por la tarde todavía hay tiempo para tomar licor café y tarta de Santiago, que no sé si te has fijado pero este año la Orquesta Pasarela trae nuevas cantantes que bailan el son como no se recuerda por estos pagos, dos camiones, oye, que no caben por la puerta de la iglesia y un equipo de sonido que se oye a cinco leguas.

Claro que los chicos se van de marcha a Boiro, prefieren el bacalao y los chupitos y llegan a esa hora en que están comiendo el bocadillo el primer turno de la mejillonera, que mejor en autobús, chavales, que luego entre tanto Mitsubishi y la vía rápida no hay Dios que se resista a probar el último modelo. Pero eso no hay que contárselo a los forasteros, sino invitarles a fotografiar los hórreos de Combarro y luego comprarles un collar de caramuxos en A Toxa a una de esas vendedoras que si no vas avisado te persigue hasta O Grove, un collar de caramuxos y colgárselo como una ofrenda hawaiana, que así somos de gallardos los nativos y por la noche, ya con la rebequita puesta sobre los hombros, que da gusto aquí en el Norte, pues hacerles comprender el misterio de la queimada que parece hecho por brujos de la tele, pero que a decir verdad funciona y hasta se aprenden el esconxuro y lo llevan de recuerdo.

Qué gran industria el turismo, qué gran aventura conocer países como el nuestro tan hospitalario con los vivos y con los espíritus, qué gente tan abierta de entendederas qué mira como está la Playa América, Riazor y por supuesto Sanxenxo dónde suelo encontrarme al electricista que me dejó colgado la obra de Madrid que parece un disc-jockey consumado.

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Por todo eso habrá que ir pidiendo el vestido de fiesta y leyendo este periódico hace unos días me vino la gran idea: una falda escocesa, escocesa pero con el genuino diseño gallego, azul mar y azul cobalto fundidos en una cuadrícula inigualable gracias al ingenio de Santiago Bernárdez, hombre que, después de años en las tierras célticas de Irlanda y de Escocia, decidió a la gallega que a la fiesta siempre se ha de ir bien vestido y si es con una falda cortada a medida mucho mejor. El kilt ya está registrado en los libros de Edimburgo y yo me pregunto si mis piernas, para nada comparables a las de Sean Connery, aguantarán las risas de mis paisanos cuando bautice a mi hijo Nicolás en el Pazo de Lestrove. Aunque después de ver a Carlos de Inglaterra, qué coño, uno también puede.

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