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Reportaje:A TRAVÉS DEL PAISAJE | agenda

Estalactitas verdes

El naturalista Cavanilles, gloria de científicos y agudo escritor, nos habla del Cabo de la Nao, y de su paisaje y sus cuevas, que solo disfrutan los que por sus aguas de alrededor pasan, en barca o en natación, o sumergiéndose en los abismos casi abisales que se constituyen bajo los acantilados que lo recortan. Dice Cavanilles en su magnífica prosa, describiendo una de las oquedades que allí se advierten, y que sin duda es la que llaman Cova dels Orgens: "La primera presenta su abertura ó boca al oriente, y tiene allí unas 70 varas de diámetro; algo mayor es la altura en el interior, y la bóveda con resaltes y dientes que dejaron las peñas al caer, de las quales se conservan enormes cantos en el piso, habiéndose llevado o destrozado las otras el mar, que en alterándose entra e inunda aquel recinto... penden del techo innumerables estalacitas verdes, blanquecinas y azuladas de varios tamaños, por cuyos centros destilan continuamente gotas de agua..."

Y en visitando las cuevas, antes y después, podemos aplicarnos al buceo y aprovechar para conseguir soberbias vistas piscícolas, que aunque no nos alimentarán el cuerpo sí lo harán con el espíritu, que tiempo habrá, terminada la excursión, de solazarse con los familiares de los ejemplares que aquí admiraremos. Al decir de los expertos y aunque el conjunto de las aguas sea de exigua extensión, parece que por los peces que veamos, sabremos dónde nos encontramos, sin necesidad de surgir del mar. Y así, en las costas anejas a la tierra firme y pegada al continente veremos meros, corballos, morenas y cigarras, diplodos cual las mojarras -que se alimentan de algas- obladas y congrios, actinopterigios de aletas rayadas como las brótolas, langostas, corvos, pulpos y otros seres mucho más pequeños que ni significar su nombre requieren. Y en las pequeñas islas que adornan el paisaje del lugar, habrá sargos y salpas, escórporas y castañuelas, amén de alguno de los anteriormente mencionados que por alguna razón ha cambiado de costumbres y amistades.

Y si decidimos que nuestra visita sea por lo más seco, podremos admirar las peñas que forman el cabo, que nos tundirán los pies cuando las hollemos antes de contemplar las increíbles vistas -de aplaudir- que desde lo alto de los promontorios observamos, con rincones tan logrados como las playas de la Granadella o de Ambolo, u otros pequeños cabos como el Negre y San Martín, y algunas islas menores como la de Portitxol o la del Descubridor, designada así en honor del vecino de la tierra que acompañó a Colón y del que lamentablemente no hemos podido averiguar razón. Y si alargamos más la vista, y los aires nos son propicios, podremos a menudo descubrir las lejanas costas de la cercana Ibiza, otros mundos.

Decíamos que debíamos admirar los peces y después comernos los pescados, que siendo del terreno serán los antes señalados, en simples y marineras preparaciones, mientras el fulgor del sol cae sobre nuestras cabezas y nuestros ojos vuelven sin remedio, como los de la gaviota o el cormorán que nos acompañará de forma impenitente en la excursión a los agrestes acantilados.

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