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Columna
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Balanzas y ética

A estas alturas del debate sobre las balanzas fiscales, quién haya tenido la paciencia de seguir los muchos análisis aparecidos desde que el ministerio presentase sus seis versiones del pasado 15 de julio, habrá deducido, correctamente, que las balanzas confirman que en España la redistribución territorial funciona y es muy intensa (aunque difícil de medir con precisión); que por ello los territorios en los que la renta personal es inferior a la media son los que arrojan un mejor saldo en la balanza fiscal, y viceversa; y que las comunidades que gozan de un régimen fiscal especial, las dos forales y Canarias, arrojan un resultado llamativamente favorable para ellas en términos de contribución neta a los gastos de la Administración central, lo que exacerba las demandas de otras Comunidades ricas.

Introducir la Seguridad Social en una balanza fiscal territorial es intrínsecamente perverso

Puede, también, haber descubierto que por muy sorprendente que parezca es posible encontrar a algunos que, como los nacionalistas gallegos, son incapaces de reconocer frente a toda evidencia que el Estado del Bienestar en España funciona, y que ello es bueno, particularmente para Galicia; y también puede haber concluido, en sentido inverso, que las reivindicaciones de algunas autonomías, como la catalana, tienen cierto fundamento, pues no resulta del todo lógico que las administraciones de los territorios en los que se generan más rentas dispongan de muchos menos recursos per cápita que las de menor renta media, cuando prestan los mismos servicios, e incluso teniendo en cuenta que hay factores (como la dispersión de la población, o su envejecimiento; pero también la extensión territorial o la congestión) que encarecen la prestación de esos mismos servicios (cosa que, por cierto, respecto de algún bien público sabemos, pero que está lejos de haber sido contabilizada a nivel global).

Sin embargo, apenas se han hecho comentarios sobre los aspectos éticos implícitos en el método de elaboración de las balanzas fiscales. Hace unos días, José Antonio Griñán recordaba, en un excelente artículo publicado en EL PAÍS y refiriéndose a la seguridad social, la improcedencia técnica de mezclar en una misma balanza los flujos de solidaridad interterritorial con los flujos de solidaridad intergeneracional. Pero, más allá de la conveniencia técnica de contabilizar en la balanza (de un solo año, como ha hecho el ministerio) unos flujos monetarios que tienen su origen en cotizaciones generadas de forma dispersa tanto en el tiempo (vida laboral) como en el territorio (flujos migratorios internos), la cuestión de si la seguridad social misma debe integrarse o no en el cálculo de la balanza fiscal es básicamente una cuestión ética.

Coincidiendo, precisamente, con la oficialización de las balanzas fiscales en España, y en un curso de verano celebrado en Barcelona, un reconocido experto en financiación subcentral, el profesor de la Universidad de Friburgo Bernard Dafflon, hizo enrojecer a más de uno de los presentes cuando manifestó con vehemencia que, tecnicismos al margen, introducir la Seguridad Social en una balanza fiscal territorial era intrínsecamente "perverso"; que por ello, en Suiza, cuando se encargó a un grupo de expertos contabilizar los flujos territoriales de la seguridad social los economistas locales se negaron a hacerlo por razones estríctamente éticas, consiguiendo que desde entonces en Suiza no se publiquen estadísticas territorializadas de la Seguridad Social; y que por pura ética profesional, ningún economista, suizo o zuavo, debería prestarse a analizar lo que es un mecanismo de solidaridad personal, a través del cual los que tienen trabajo y salud ayudan a los que no pueden trabajar, desde una perspectiva de flujos territoriales. Una cuestión ética que se debe acompañar de un dato adicional: la exclusión de la seguridad social de las balanzas fiscales autonómicas reduce a la mitad el déficit fiscal de comunidades como Madrid o Cataluña.

Un viejo chiste de la profesión económica cuenta que cuando Dios creó la luz, el Diablo le contestó creando las tinieblas; que cuando creó el sexo, el Diablo contratacó creando el matrimonio. Y que cuando creó un economista, tras acusar el duro golpe y meditarlo mucho, el Diablo replicó creando otro. Desde el humor, la profesión económica acostumbra a recordarse a sí misma que la economía ni es una ciencia exacta, ni sus intereses y conclusiones analíticas son éticamente neutros. Como las balanzas fiscales.

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