Brendel dice adiós
Alfred Brendel, uno de los mayores pianistas de los últimos cuarenta o cincuenta años, se retira. Es muy raro que un instrumentista anuncie formalmente su retirada; por eso el anuncio de Brendel ha llamado la atención en el mundo musical. Su carrera es muy larga: nacido en Wiesenberg, Moravia, en 1931, tras estudiar en Zagreb y Graz, debutó en esta ciudad el año 1948. Pocos instrumentistas pueden hacer gala de 60 años de carrera profesional. Tras su debut siguió estudiando, en Viena, con Edwin Fischer. En 1951 grabó su primer disco, con una rara composición de Liszt, El árbol de Navidad. Su actividad concertística fue muy intensa desde su juventud, convirtiéndose pronto en uno de los pianistas más admirados: en 1960 tocaba junto a la Filarmónica de Viena y en 1964 completaba su primera grabación de las 32 Sonatas de Beethoven, algo así como la summa a la que aspira todo pianista.
Nunca fue convencional, ni por su repertorio (en 1957 grababa el Concierto de Schönberg, obra importante pero tan abstrusa que pocos pianistas la tocan) ni por su forma de interpretar. No siguió la corriente, sino que se apartó de las sendas más transitadas: en uno de sus primeros discos, con Rapsodias húngaras, de Liszt, halló en ellas rasgos de modernidad ocultos para la mayoría de los pianistas, que se fijan aún en el virtuosismo más exterior y en la supuesta raíz folclórica de esas piezas.
Menos anecdótica, más decisiva, ha sido su aportación a Schubert, cuya producción pianística, una de las más maravillosas que existen, ha soportado la incomprensión general desde su tiempo hasta el ecuador del siglo XX: salvo hallazgos aislados de Arrau, de Schnabel, Fischer o Gilels, Brendel ha sido -antes aún que Richter- el gran renovador en la recreación de la música del autor del Viaje de invierno: gracias a él disfrutamos hoy de un Schubert hondo, trágico y desolado, además del amable y risueño, claro. La grabación de sus obras pianísticas posteriores a 1822 es un referente ineludible, que ha ejercido gran y benéfica influencia. Es una pena comprobar que, en registros más recientes, Brendel parece haber dado algunos pasos atrás. No sólo en Schubert; al entrar en la madurez Brendel ha ido limando aristas y se ha convertido en un pianista más moderado -depurando y embelleciendo en extremo su sonido-, equilibrado y elegante, apolíneo, pero menos personal y revulsivo. También fue un adelantado en la interpretación moderna de Haydn y Mozart, en un caso similar al de Schubert; casi al tiempo de la audaz grabación, pulverizadora de viejos tópicos rococós, de todos los Conciertos del autor de Don Giovanni realizada en 1967-1974 por Barenboim tocando y dirigiendo. En cambio, salvo excepciones, ni en Chopin, Schumann o Brahms ha realizado Brendel aportaciones decisivas. En la música del XX ha destacado en la Sonata de Berg o en el referido Concierto de Schönberg. Polifacético y muy culto, en 1996 publicó su primer libro de poemas. Sus escritos musicales son lúcidos y penetrantes. Ha sido también uno de los pocos grandes pianistas en acompañar (es mucho más que eso) a cantantes de lied, los más grandes: Fischer-Dieskau y Goerne.
Brendel se retira con una gira que culminará en Viena el 18 de diciembre de este año: tocará el Concierto Jeunnehomme, de Mozart, con la Filarmónica de Viena y Mackerras. Antes, el 27 de noviembre, actuará en el Palau de la Música de Barcelona con obras de Haydn, Mozart, Beethoven y Schubert.
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