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Reportaje:A TRAVÉS DEL PAISAJE | Agenda

Las hierbas del Papa Luna

Si se trata de comer, sin duda hay rutas más atractivas que aquella que nos conduce por la Sierra de Irta, en el Bajo Maestrazgo; una ruta entre espinos y demás monte bajo. Un camino que nos llevará por abruptos senderos, para descubrir palmitos y coscoja, lentiscos y broja. Al llegar al enebro, esta vez sí, podremos entresacar sustanciosos perfumes que nos conducirán por la senda de la técnica a una dulce borrachera de ginebra.

Gaviotas, cormoranes, paíños y halcones vigilarán nuestras correrías, mientras nosotros damos vueltas a los misterios de la Orden del Temple. Contemplamos los castillos de Alcalá de Xivert y Santa Magdalena de Pulpis, y nos preguntamos sobre las cábalas que surcaron la frente de Alfonso II de Aragón para que decidiese arruinar a toda la parentela, nombrando únicos herederos de sus tierras y conquistas, a los caballeros que en lejanas tierras se acogieron en el Templo de Salomón. Allí velaban por la integridad de la patria ante el asalto del infiel.

La Sierra bordea el mar a prudente distancia, como si temiera mojarse o contagiarse de unas costumbres que le son lejanas, en lo físico y en lo cultural. Allá queda el jolgorio y los bañistas, el turismo de multitudes y las barcas pescadoras, que aportan al acervo culinario las más variadas y singulares especies, con algunas que le son propias, como las caixetes, las espardenyes y las anémonas. Los casi extinguidos dátiles de mar, bivalvos comedores de piedra, que se esconden al nacer en las rocas sumergidas en el mar. Rocas a las que horadan con sus ácidos y que les sirven de protección, hasta que la fuerza de los picos destruye su paraje natural y las transporta al interior de las cacerolas.

A la fuerza de los mariscos, Irta sólo puede oponer sus hierbas con virtudes medicinales, hoy en franca decadencia, pese a tener fama de haber salvado, en una heteróclita y secreta combinación, al Papa Luna. Benedicto XIII, el antipapa, producto del Cisma de Occidente, que cuando moraba en su residencia de Peñíscola fue envenenado, por consejo de su colega Martín V, y que logró no sucumbir a la ponzoña merced a las bayas y tallos de las cercanas montañas. Los limpios y fragantes aires que la adornan pasan de ser protagonistas a actores secundarios en la película del turismo, donde sólo tienen el corto papel al que les relega su naturalidad y saludables maneras.

La única forma de llegar a ser ruta gastronómica, pasa por incluir en el equipaje fiambres y tortillas. Y con ellos y sin fuego, componer un adecuado desayuno o una nada frugal colación, para que pertrechados del ánimo que dichas viandas nos producen, nos podamos allegar a los cercanos pueblos costeros y solicitar, con devoción, que nos preparen de la forma más sencilla que la inteligencia aconseje, algunos de aquellos mariscos a que hacíamos alusión, junto con los pescados que pudiesen acompañarlos. Y que, en el colmo de la sofisticación, los reuniesen con unos puñados de arroz y algún caldo de los que preparan los marinos en sus naves, para cocerlos juntos.

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