Afganistán, la guerra necesaria
El contingente de tropas españolas en Afganistán contribuye, según Carme Chacón, "a la paz y a la estabilidad del mundo". Responde a un compromiso internacional de España con la ONU, y con el pueblo afgano, cada vez más necesitado de paz y ayuda inmediata y efectiva. Pero también se trata de algo más vergonzante y menos evidente: defendemos militarmente los intereses de la novena potencia económica mundial. Esto permite que la ocupación preventiva esté comandada por los mismos que, en nombre de la "libertad duradera", legitiman los aviones y barcos cárcel viajando por Europa, mantienen Guantánamo como limbo legal y niegan la legitimidad del Tribunal Penal Internacional para juzgar sus actos, por muy contrarios que sean al derecho internacional.
Los soldados profesionales, y fuerzas privadas, que combaten y por desgracia mueren, defienden con las armas la democracia, la libertad y la justicia: el modelo de vida del civilizado Occidente frente a la barbarie fundamentalista del islam. Protegen allí, a miles de kilómetros de casa, el Estado de bienestar que supuestamente disfrutábamos aquí gracias a la iniciativa individual y la competitividad universal. Ahora, la crisis económica global nos muestra nuestra propia barbarie.
No es el mejor momento para cuestionar la presencia de soldados españoles en Afganistán, hoy por hoy, absolutamente necesarios, pero su muerte y la de miles de civiles anónimos han de obligarnos a reflexionar sobre el absurdo de la guerra, por más explicaciones que quieran darnos acerca de la inevitabilidad de la misma. No se ha conocido jamás una guerra "noble y decente" como pretenden que sea ésta. Las guerras las perdemos siempre los mismos.
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