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Columna
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Santiago

La gente habla y escribe con naturalidad de sus ciudades, suelen expresar cariño, celebrarlas y reivindicarlas. Los santiagueses tenemos pudor a hacerlo porque no sabemos, porque la ciudad nos confunde o por esas cosas y otras que ignoramos pero, ya que estamos en fiestas, permitan que diga algo de esta ciudad que no es de los santiagueses sino de todos. Y aunque en este espacio solemos escribir lo más sensato y realista que sabemos permitan que, aturdido por la fiesta, deje aquí algunas cosas que seguramente serán tonterías literarias.

Por ejemplo, que Santiago de Compostela no es una ciudad sino un lugar. No es una ciudad y por tanto no son sus dueños los vecinos, la ciudadanía. Y es un lugar proteico. Santiago, como Proteo, aunque aparente inmovilidad y sea de piedra, es acuático y móvil, guarda los secretos profundos del pasado y conoce el camino del futuro, pero cambia de forma constantemente para que sólo pueda obtener sus conocimientos secretos quien esté a su altura.

Compostela no es una ciudad sino un lugar. Sus dueños, por tanto, no son los vecinos

Compostela es un centro del mundo, un lugar sagrado. Lo es para quienes veneran la tumba del pariente y discípulo de Cristo, el tronante, el Bonaerges, el decapitado que llegó del océano en barca de piedra. Y lo es de otros modos para mucha otra gente que por distintos motivos encuentran aquí voces y significados.

Santiago es una cifra callada que resulta enigmática para quien desprecie la leyenda y para quien no crea en el mito. Incluso para quien desconozca u olvide la historia. Y sobre todo para esos historiadores que pretenden matar la memoria, liquidar historiográficamente el Reino de Galicia. Así, resulta inexplicable que la Corona venga a Santiago a hacer una ofrenda ante el lugar simbólico de su fundación. Esas tesis dejan en sombras a los reyes que hablaban y escribían gallego, los que están enterrados en la catedral, y a nuestra literatura medieval. Según esa versión, los trovadores no existieron o eran todos portugueses y el rey Alfonso escribió sus Cantigas en gallego por extravagancia.

Santiago se muestra en piedra pero oculta así su verdadera naturaleza, que es no tener forma, pues está hecho de lenguaje: símbolo, mito, leyenda, historia. Un relato y una profecía. Quien sea capaz de apreciar eso, quien quiera a Santiago, recibirá a cambio una parte de su fuerza. La fuerza que da la memoria y el lenguaje.

Sólo así se puede comprender lo que se concentra y se vive en días como estos en las calles de esta ciudad esquiva que no es de nadie, que no es ciudad pero que es nuestra ciudad. Sólo así podemos entender la diversidad de gente con sus diferentes lenguas que pulula curiosa y gozosa con pasmo, tartas de Santiago, abalorios, botellas de Ribeiro o Rías Baixas y cámaras de fotos. Así podemos entender la llegada de autoridades a un templo que simboliza tantas cosas, entre ellas la antigua sacralización del poder anterior a la ciudadanía democrática, un templo donde hace todavía hace 150 años se hacían misas por la memoria del Emperador, el nuestro, Carlomagno. Y sólo así podemos entender la ocupación amable de gallegos de diversas ciudades, pueblos y aldeas que acuden a su ciudad.

Quienes invocan y recaban el mito, el símbolo, la memoria y la promesa, toda esa fuerza, encuentran en las calles de Santiago el eco que lo amplifica todo. Por eso cada año desfilan por sus calles tanta gente en las manifestaciones del Día Nacional de Galicia, lo hacen porque creen en muchas cosas y porque quieren algunas otras. No importa que manifestaciones de tantos miles de personas apenas tengan cabida en las informaciones de medios llamados nacionales, al año siguiente volverán otros miles. Compostela es un faro y una llamada para los galleguistas, para los que creen y quieren una Galicia que existió en la historia como Reino y ahora quiere ser país. Insistieron e insistirán un año y otro, volverán a pisar las losas de este laberinto para que resuenen los pasos de los que pisaron antes.

Estos días los partidos hacen sus últimos deberes antes de escapar hacia las toallas y la arena, piensan en la larga campaña electoral que arrancará a la vuelta de agosto. Tendrán que reajustar sus análisis y previsiones al nuevo escenario de la crisis con sus recortes de expectativas de todo tipo, pero su labor será fecunda si además de esa agenda y del pragmatismo, que muchas veces es mezquindad, recuerdan Santiago y lo que en la ciudad late para quien quiere oír.

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