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Reportaje:PURO TEATRO

'Troilo y Cresida': esmeril para los héroes

Marcos Ordóñez

Troilo y Cresida es una obra maestra escasísisamente representada. En los últimos años sólo la he visto dos veces: en el National, dirigida por Trevor Nunn, y, cosa insólita, en el Pavón, templo de los clásicos españoles, a cargo de Francisco Vidal. Dos montajes estupendos, por cierto. De hecho, la función no llegó ni a pisar el Globe en su época, como si Shakespeare temiera que su público habitual rechazase un plato tan amargo. La escribió el mismo año que Hamlet, y quizás la desintegración moral de la corte de Elsinor impregnó su demoledora visión de la antigua Grecia. No hay carcajada más feroz en todo su teatro. El tono, que oscila entre la comedia negra y el drama satírico, es de una modernidad apabullante. Y la estructura episódica y, sobre todo, el enfoque. Para retratar la guerra de Troya, Shakespeare no centra su mirada en Helena y Paris, que apenas tienen un par de escenas, sino que, contra toda expectativa, convierte en protagonistas a dos absolutos secundarios: Troilo, hermano pequeño del legendario raptor, y Cresida, hija del traidor Calcas, empujados a la cama por Pándaro, un viejo alcahuete sifilítico, tío de la muchacha. Esa demolición del amor romántico es muy similar a la realizada por Rojas en La Celestina, aunque el ácido inglés también busca corroer las estatuas de los héroes. Troilo y Cresida parece, de entrada, su anti-Romeo y Julieta. La presunta historia pasional entre miembros de clanes rivales podía haber acabado en tragedia y desemboca en una vulgaridad tan áspera como verídica. Troilo desea a Cresida únicamente porque ella se le resiste. No hay arrebato, no hay transfiguración. La retórica termina cuando el galán se levanta de la cama y la presa deja de ser interesante para él: sólo volverá a serlo cuando la intercambien por un prisionero troyano y se convierta en deseable para los griegos. Cresida, por su parte, es una moza eminentemente práctica. En el campamento enemigo no tarda en descubrir que van a violarla en hilera, por lo que decide entregarse a Diomedes para que la proteja: mejor puta de uno que puta de todos. A partir de ese núcleo descreído, Shakespeare va a restregar su esmeril por la entera nomenclatura de la Ilíada. Tersites, el rabioso y purulento bufón, resume la causa de la "guerra florida" en una simple frase: "Y todo esto por una puta y un cornudo". Helena y Paris viven en su globo, indiferentes a la torrentera de sangre que ha provocado su romance. Agamenón, Néstor y Ajax compiten en estupidez y testosterona. El "sabio Ulises" es un político nato, un manipulador capaz de improvisar un discurso sobre la ingratitud del olvido para acicatear el enfrentamiento entre Héctor (un caballero medieval, víctima de su propio anacronismo) y el pomposo y cobarde Aquiles. No hay "combates singulares": contraviniendo toda normativa épica, el primero muere asesinado por los sicarios del segundo, que se atribuirá la siniestra victoria. Y esto es sólo un breve resumen del material.

Realizan una proeza que rara vez suele funcionar: actúan a seis metros y parece que sus cuerpos (y sus almas) estuvieran a escasos centímetros

Declan Donnellan, al frente de Cheek By Jowl, ha vuelto a dar una lección magistral en el Grec, en Almagro, en el Matadero. Texto completo, energía constante, escenografía limpia y útil: un pasillo desnudo, con los mínimos elementos de utilería. Quizás, para mi gusto, subraya en exceso algunos elementos caricaturescos. Helena y Paris son unos pijifashion que dialogan mostrando su mejor perfil a las cámaras de la prensa rosa; Ulises babea ante Cresida como un perro ávido de sexo y pretende chantajear a Aquiles con unas innecesarias fotos íntimas de su relación con Patroclo. Tiene más sentido travestir a Tersites (en otros montajes convertido en punk o arlequín electrificado) como si fuera Lily Savage, la drag queen estelar de la escena inglesa, para que cante las verdades a sus superiores, y no chirría en absoluto el baile gay de bienvenida a Héctor, tan bello e inquietante como la escena final del Saló de Pasolini. Hay un cierto remascamiento de la dicción durante la primera parte, como si a ratos estuvieran dictando el verso, pero esa sensación desaparece por completo en la segunda, engrasadísima y con una coreografía bélica como pocas veces se ha visto en un escenario, culminada por la terrible escena de la muerte de Héctor, que desaparece, atravesado por una cruz de espadas, entre las fauces de un testudo. Del espléndido reparto destacan Richard Cant (Tersites), David Caves (Héctor), Laurence Spellman (Ajax), el veterano David Collings (un Pándaro con el perfil de Mountolive en El cuarteto de Alejandría) y, por encima de todos, los jovencísimos y extraordinarios Alex Waldmann (Troilo) y Lucy Briggs-Owen (Cresida). Si tuviera que escoger una sola escena me quedaría con el momento de la seducción, donde llevan a cabo una proeza que rara vez suele funcionar: actúan a seis metros de distancia y parece que sus cuerpos (y sus almas) estuvieran a escasos centímetros. Todo en ellos, de la mirada hasta la punta de los dedos, lanza el mensaje de una urgencia avasalladora que no tardará en cumplirse, que se está cumpliendo en el envío mismo. Luego brota, claro está, la pregunta clave: ¿por qué, siendo tan jóvenes, son tan condenadamente buenos? Las posibles respuestas desbordarían este espacio. Sintetizo algunas: se han formado en un medio propicio para el crecimiento, con escuelas del calibre de la RADA, de LAMDA o The Drama Centre; han saltado a una palestra donde prima la excelencia, y la multitud de producciones depara un constante entrenamiento y genera una gran competitividad, entendida en el mejor sentido, el de la emulación constante: si el nivel medio es alto, tu nivel también subirá, por ósmosis. Y, por último, están en manos de Declan Donnellan, uno de los mejores directores del mundo que, como Peter Brook, no da nunca por terminado un montaje y sigue ensayando y modificando el trabajo después de cada función y a través de giras por medio mundo: el teatro entendido como aventura y como viaje, a años luz de los usuales "tente mientras cobro". (Lectura recomendada: su breviario El actor y la diana, en Fundamentos).

Troilo y Cresida. Las Naves del Español-Matadero Madrid. Hasta el 26 de julio.

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