Viajar de cámping
Un millón de personas acamparon en Andalucía el año pasado
¿Es usted sociable? ¿Le gusta conocer gente? ¿Compartir con ellos tiempo y espacio? No lo dude, usted debe veranear en un cámping. El año pasado, más de 6,5 millones de personas optaron por viajar por España en los más de 710 establecimientos abiertos, según cifras del INE. Sólo en Andalucía, un millón de turistas pernoctaron en cámpings. Un mayor contacto con la naturaleza, la cercanía a paisajes escogidos y la oportunidad de olvidarse durante un tiempo de las cuatro paredes de un piso, son los principales atractivos que los usuarios esgrimen para optar por esta modalidad de residencia estival.
"¿No quieres tomarte algo? ¿Nada?". Así recibe Amparo López al periodista que visita el avance -que hace las veces de porche- de la caravana en la que está pasando el verano, en el cámping Playa La Bota, de Punta Umbría (Huelva). Amparo, como buena campista, vive ajena al reloj de los que siguen trabajando. Y la hospitalidad manda en la ley del cámping. "¿Un café, aunque sea?", insiste. Se trata de una norma no escrita que Amparo, ama de casa, y su marido Luis Carmona, que está prejubilado, conocen a la perfección. Llevan muchos años pasando sus vacaciones acampados en una parcelita alquilada "Venimos siempre que podemos. Todo el año: en fines de semana, puentes, vacaciones.... Nos encanta este sitio y nos encanta relacionarnos con la gente. Tienes que ser de un carácter muy abierto y muy solidario para estar aquí. Y nosotros lo somos", dice de corrido Amparo. "Aquí conocemos gente de todas partes. Ayer mismo hicimos una barbacoa con una familia de Murcia a los que conocimos aquí mismo", prosigue.
Un horario del campista tipo, en el cámping Playa La Bota, podría ser el siguiente: levantarse por la mañana, sin despertador. Desayunar, bien en la cafetería del propio cámping, bien en el pueblo. Comprar, si es necesario, víveres en el supermercado. Irse a la playa, que dista unos pocos de metros de las tiendas y que cuenta con salida desde el cámping. Volver. Comer donde uno quiera (el establecimiento cuenta con restaurante propio). Echarse una siesta el tiempo que le dé la gana. Volverse a bañar en la playa. Ducharse en uno de los tres núcleos de aseos y baños del cámping. Cenar. Hacer más vida social. Dormir. Y, al día siguiente, lo mismo.
Es a lo que se han estado dedicando los cordobeses Mari Carmen Perea y Javier Fernández, que han viajado a Huelva, como repiten desde hace un lustro, con sus dos hijos de dos y seis años. "Aquí venimos al relajarnos. A desconectar y no hacer nada", afirma él, reclinado en una hamaca plegable. Como muchos, su familia viaja con todo lo necesario para estar cómodos. Incluida la televisión. Esto es algo que asombra a Christophe Normand, un francés que ha acampado con su mujer y sus dos hijos de cuatro y 11 años. "En Francia, la gente suele viajar con menos cosas. Aquí, parece que meten en el coche toda su casa y se la traen", ríe.
Pero es que hay quien tiene su casa en el cámping. Literalmente. Como Eduardo, encargado del mantenimiento del centro. Prácticamente lo ha parido él, pues primero trabajó como albañil en su construcción. Y lleva viviendo aquí desde hace 20 años. "No tenía ni idea de cómo era esto. Y en cuanto me di cuenta, me enamoré. Así que ahora vivo en una mobile home'
en el cámping", afirma. En el recinto, que tiene unas 13 hectáreas, hay capacidad para unas 1.500 personas, entre residentes en cabañas (12 unidades), refugios (5), las 220 parcelas para caravanas y el espacio de acampada para tiendas. Y por supuesto, el cámping cuenta con espacio para las mobile homes como la de Eduardo, que quedan fijas todo el año.
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