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"El runrún de los coches es como un río. Al final te acostumbras"

Uno de cada seis madrileños soporta más ruido del que permite la ley

Rebeca Carranco

Se asoma un puente de viernes, que puede incluso valer de antesala a las vacaciones de agosto. Son las seis de la tarde. La capital está también de fiesta, a juzgar por los pocos coches que circulan. A excepción de dos puntos: la M-30 y O'Donnell, que rugen. No como un día cualquiera, "pero lo suficiente para molestar", cuenta un anciano, con las posaderas en un banco del parque de Antonio Pirala, al ladito de la M-30. Con sólo levantarse puede ver nada menos que los 16 carriles de la vía.

El elevado tráfico de la M-30 la hace una de las zonas con más ruido de la capital (unos 71 decibelios de media anual). Y se refleja en el mapa que ayer presentó el Consistorio, con las zonas que más contaminan acústicamente (ver gráfico en página 2). Casi uno de cada seis madrileños aguanta más de los 65 decibelios de tope que marca la ley.

"Para limpiar tengo que tener las ventanas cerradas", dice una empleada
"¡Hay que dar caña al Ayuntamiento con el ruido!", afirma una vecina

Cojamos una zona como ejemplo, minúscula teniendo en cuenta los 32,5 kilómetros de la M-30, como el Parque de las Avenidas. Hay una decena de edificios que dan a la vía. A lo lejos, las ventanas se ven cerradas. "¡Madre santa! Esto es una locura. Y eso que yo no vivo acá", se queja Leticia, una mujer dominicana de 47 años que lleva cinco en España. Sale de un edificio en el que trabaja limpiando, cargada con una bolsa repleta de revistas del corazón. El bloque está justo en la esquina de Salvador Madariaga con la M-30. "Limpio de las cuatro a las siete y tengo que tener las ventanas cerradas para no volverme loca", asegura.

Justo por delante de ese mismo bloque pasea Almudena con su perra Elovy, que no deja de menearse. "Es muy asustadiza", explica la mujer, de 40 años. Almudena es vecina del barrio, pero "por suerte" ya no vive frente a la M-30. "Estuve 10 años en el otro lado", y señala a una torre de pisos naranja, en la otra orilla de la circunvalación, con decenas de ventanitas blancas, cerradas. "Era una vivienda vieja, de alquiler, mal insonorizada", recuerda. Explica que una vez se pasan muchas horas expuestas al rugir de los vehículos... "el runrún de los coches es como un río. Al final te acostumbras". Almudena no se ha mudado de barrio, pero se ha alejado varios metros de la circunvalación.

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Una tarde de verano de finales de julio en la capital parece el momento idóneo para sacar de paseo al perro. Al menos en el Parque de las Avenidas. Una de las muchas personas que salen con su can es Julia, de 63 años. Su amiga, Lourdes, va también con su animal. "Molesta hasta para pasear". No se refiere al mejor amigo del hombre, sino al ruido. Y eso que por los carriles de la M-30, por donde suelen pasar de media diaria entre 150.000 y 250.000 coches, no hay ni una enésima parte de los vehículos habituales. "Esto deberían haberlo tapado todo", asevera Julia, sobre los bloques de pisos con ventanas que dan a la vía. Y se queja, muy seria, de que en los días de viento, como ayer, aún es peor: "Se te mete el ruido en la cabeza y, ¡huy! es insufrible. No hay quien pare en la calle", dice, mientras se aleja por la avenida de Badajoz. De fondo, suena la sirena de una patrulla de policía y el runrún los de coches, que, ciertamente, pasada media hora, son ya casi inaudibles, parte del ambiente.

A sólo dos kilómetros y medio de este punto de la M-30, una moto suelta un humo gris oscuro. El conductor, que lleva una camiseta con la palabra Enchufator escrita en la espalda, mira de refilón el tubo de escape. Para cerciorarse de que todo funciona, se lía a dar acelerones. Está en uno de los ocho carriles del nudo de O'Donnell. "Inaguantable. ¡Hay que dar caña al Ayuntamiento con el ruido!", exclama Loli, una vecina del número 63 de esa vía. Mientras habla, pasa con la sirena a todo trapo un Peugeot de la policía.Hay que acercarse a la mujer para escuchar su queja. "Esta calle era antes una especie de bulevar bastante más silencioso", rememora. Ahora en O'Donnell se pueden rozar los 71 decibelios de media anual durante el día.

Miguel, un anciano de 82 años, que camina acompasadamente, apoyándose en su bastón, reside también en el barrio. Pero lo suficientemente lejos para no sufrir los ruidos del nudo de O'Donnell. Sólo se queja del jaleo de coches en su paseo diario. "En verano es más agradable caminar por aquí, se oye menos pitidos", añade.

Pero ayer parecía una excepción. Varios vehículos hacían cola en los semáforos de los ocho carriles de la vía. En uno de ellos, que exhibe la clásica L de novato, suena una música estridente que corta el discurso del anciano. Dentro, cuatro jóvenes bailan y piropean a las chicas que pasaban por la calle. Dos de ellas, pegadas al móvil, y arrastrando unas maletas enormes, les dedican una sonrisa de soslayo.

"Molestan más los clientes que el ruido de la calle", bromea en el otro lado de la ciudad un camarero de un bar de Recoletos, cercano a Colón. "Ocho horas al día aquí, no te da para enterarte de lo que pasa fuera", explica el trabajador, que prefiere no dar su nombre. Luis Cárdenas, de 52 años, en cambio, sí ha sufrido ruidos. Pero no el de los coches que pasan por los 12 carriles de Recoletos (con 71 decibelios de media al año). Se refiere a las celebraciones en la plaza de Colón. "¡Con la Eurocopa ha sido imposible pegar ojo!", exclama.

En la calle de Santa Engracia, otras de las zonas más ruidosas de Madrid, ayer apenas se veían coches. "Ni en invierno, ni en verano. Aquí no molesta el ruido", asegura César, de 30 años. A su entender, la plaza Dos de Mayo o la calle de Espíritu Santo "son mucho peores".

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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