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Reportaje:TOUR 2008 | 18ª etapa

Los peligros de ser padre de ciclista

La policía registra el coche de Johnny Schleck y no encuentra nada prohibido en el día que Sastre estrenó liderato

Carlos Arribas

"Sólo votáis para hacer daño", dice Wyoming todas las noches a sus feligreses, quienes, en el fondo, son como los policías franceses de aduanas, que son mal pensados de profesión y capaces de encañonar con su pipa en una rotonda de la N-91 cerca de Grenoble al venerable Johnny Schleck, uno que entra dentro del subconjunto de los sospechosos porque es padre de ciclistas que van muy deprisa y encima los sigue todos los días durante el Tour.

No encontraron nada. "¿Y qué iban a encontrar?", dijo Johnny; "mis hijos son limpios"
El suceso restó brillo al 'amarillo' de Sastre, que avisa: "No me ganarán así como así"

Desde la captura años ha de la peligrosa Edita Rumsas, que llevaba el maletero hasta arriba de farlopa para su marido Raimondas, aquel que había quedado tercero en el Tour, en Francia, y también en Italia, donde han caído padres, novias y suegros con el camper hasta arriba, los familiares de los ciclistas son potenciales camellos o depósitos rodantes del material dopante cuya presencia en otros ámbitos sería demasiado conspicua. Eso pensaban los policías de Johnny, que trabaja de chófer de invitados vip de Skoda -y que lleva haciendo trabajos similares en el Tour desde hace 30 años, desde antes de que nacieran sus hijos-, quienes registraron su vehículo durante un buen rato.

No encontraron nada prohibido, un voltarén y una buscapina fue todo -"¿y qué iban a encontrar?", dijo Johnny, "mis hijos son limpios"- pero levantaron tanta polvareda y tantas maledicencias que, impepinablemente, le robaron cierto brillo al maillot amarillo que estrenaba Carlos Sastre, el vértice de la Trinidad del CSC, el Padre, en la que los hermanos Schleck ocupan el lugar del Hijo, el que se sacrifica -Frank, claro-, y del Espíritu Santo que a todos inspira, Andy, por supuesto.

"También estaban mi madre y mi tía en la etapa", informó Andy, dando ideas al enemigo. "No sé por qué no las registran también".

Quizás no habría sido muy elegante ni con ellas, en Francia se respeta a las damas, ni con Sastre, quien durmió con el maillot amarillo si no de pijama sí al menos al alcance de la mano, donde podía tocarlo. "No me lo van a quitar así como así", dijo el chaval de El Barraco, quien, dado que la etapa transcurrió con calma en el pelotón, tuvo tiempo bajo la canícula de disfrutar de las prebendas del líder -prioridad en los ceda el paso, pasillo para retornar a la cabeza, capacidad de decidir la pausa para orinar...-, de mirar el suelo profundamente -aunque hay quien le vio sonreír ayer, no fue en la etapa, sino en la salida, cuando se hizo una fotografía con un grupo de niños en bicicleta-, de meditar sobre lo que le espera mañana en los 53 kilómetros de contrarreloj -"y, sobre todo, de guardar fuerzas: no puedo desperdiciar ni un gramo"- y de enterarse en la distancia de los avatares de la pareja de fugados, un asturiano y un alemán.

El asturiano, que se llama Carlos Barredo, forma parte junto a Alberto Contador y Luis León Sánchez de la camada extraordinaria que crió Manolo Saiz y que se desperdigó por medio mundo tras la Operación Puerto. Aun siendo joven, 27 años, luce estampa de ciclista antiguo -por lo menos se atreve a llevar melena en unos tiempos en los que los ciclistas se rapan al cero o al uno, y todo el cuerpo, todo el vello de todas partes, y no tanto para combatir el calor como para sabotear los controles capilares con que los ameniza periódicamente la agencia francesa antidopaje-. También actuó a la antigua, a la española, durante la fuga a dos. El ciclista del Quick Step, sabedor de que no tenía nada que hacer en una llegada al sprint ante el talento alemán -uno que le levantó con un ataque en el último kilómetro de la Gante-Wevelgem a Óscar Freire en 2007 y que había pasado a la pequeña historia del Tour, y al top ten de Youtube, por tragarse un perro el año pasado- no tuvo más remedio que intentar soltarle desde lejos, aprovechando los repechos y su mayor talento escalador. No andaba sobrado de piernas, pero sí de cabeza, de instinto, y hasta inventó el ataque de la cremallera -demarró cuando vio que su compañero se estaba abrochando el maillot después de sudarlo en una subida-, pero sin éxito alguno. Ligero de pedalada, Burghardt lució su formación de pistard hasta los últimos metros, donde con facilidad ganó. Le sacó una bicicleta al asturiano que, para cerrar el círculo, también reaccionó a la antigua, a la española: "Me ha engañado, no me ha dado relevos".

Freire, que es más moderno -tiene alma de pionero aunque esté cansado de ir abriendo puertas por las que todos siguen-, siguió sumando puntos y ya ha atado, casi matemáticamente, el maillot verde. El domingo será el primer español que lo luzca en los Campos Elíseos en un podio en el que, posiblemente, si Evans no lo impide mañana, le acompañe Sastre como séptimo español que llega de amarillo.

La gendarmería francesa registra el coche de Johnny Schleck (con gafas y camiseta burdeos).
La gendarmería francesa registra el coche de Johnny Schleck (con gafas y camiseta burdeos).REUTERS
Un gendarme esgrime una  pistola ante el coche de Schleck.
Un gendarme esgrime una pistola ante el coche de Schleck.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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