La serpiente en verano
Una ventaja de la serpiente como animal de compañía es que no tienes que preocuparte de a quién dejársela cuando te marchas de vacaciones. Se apaña muy bien sola. Lo que en estos tiempos, vistos los precios de los campamentos de verano, es una bendición. Otra cosa es que te dé pena que se quede en la casa cerrada, con las persianas bajadas y las cretonas sobre los muebles. Aunque en realidad es un sentimiento muy antropocéntrico porque a ella se le da una higa que tú estés o no estés, y ni te digo las cretonas. Yo tengo un flaco por nuestra serpiente, que en puridad es de mi hija Rita, a la que se la regalé al entrar en la adolescencia como una viva metáfora de los peligros que le esperaban, y visto cómo ha ido la cosa está claro que me quedé corto con la pequeña culebra: tenía que haberle comprado una anaconda.
Como suele suceder en estos casos, ya se trate de gatos, conejos, pollitos, patos, hámsters, agapornis o salamandras -que de todo hemos tenido en casa, válgame Dios-, la crianza y mantenimiento de la serpiente han recaído íntegramente en mí. No es una ocupación onerosa ni que requiera mucho tiempo, y además me va bien de horario, porque ella es esencialmente nocturna y yo siempre llego tarde.
Suele salir a recibirme. Saca la cabeza del pequeño tronco vacío donde se refugia y me mira a través de la pared del terrario con una expresión que quiero achacar al cariño pero sé perfectamente que es de hambre. De hecho, me extrañaría que me distinguiera de las ratitas que le suministro. Desplazo el dedo por el cristal y ella lo sigue a lo largo de la superficie. No es una relación muy profunda pero tampoco es exigente.
Un par de veces al mes le traigo su presa viva y ese día mi familia, en un alarde de hipocresía, me hace sentir como si fuera el doctor Mabuse o peor, aún, me dejan sin cena. Es cierto que la alimentación de la serpiente, que mata por constricción y se traga la presa entera, no es un espectáculo agradable ni edificante, aunque cosas peores se ven en los documentales de National Geographic y no te digo en Californication.
Durante un tiempo, conseguí que las niñas se interesaran por el aspecto científico de los ágapes pero cuando Berta, la pequeña, presentó a un concurso de fotografía del colegio una imagen de la serpiente abrazando a su roedor de turno y la miraron raro, se acabaron las sesiones de herpetología recreativa. Así que lo de la culebra, como decía, es un asunto solitario, como lo ha sido siempre mi ya larga relación con los reptiles.
En estas largas noches de verano he pasado mucho tiempo con ella. Arrimo una silla junto al terrario y me pongo a leer hasta que cabeceo de sueño mientras la serpiente me mira fijamente con sus grandes ojos sin párpados. Ha sido una excelente compañía para la lectura de Pythons and their ways (Pitones y sus costumbres), el clásico de F. W. Fitzsimons que adquirí recientemente en una librería de lance en Charing Cross en una vieja edición de 1930 con el sello de haber pertenecido a la biblioteca del Bedford College para señoritas (?).
Fitzsimons, que era director del museo de Port Elizabeth, en Suráfrica, vivió extraordinarias aventuras con serpientes (la que cuenta con más humor fue la ocasión en que su mujer, Paddy, se quedó encerrada en un cuartucho con una gigantesca pitón hambrienta y cabreada), aventuras que revivimos, modestamente, mi culebra y yo. Explica en el libro que las pitones cautivas a veces expresan su resentimiento poniéndose en huelga de hambre. Y que él lo solucionaba forzándolas a comer. Esto me interesó mucho, porque mi culebra parece atravesar una fase de inapetencia: que no me come, vamos. Mi suministrador de ratones, el establecimiento Mister Guau, en cuya sección de reptiles, conversando con otros clientes, he hecho unas amistades que ni les cuento, pasa épocas de escasez roedora y en esta última he tratado de alimentar a la serpiente con lagartijas cazadas pormenorizadamente en el vecino parque Güell -les ahorro también los vejatorios detalles-. Pues bien: hace un mes que la culebra convive con una lagartija a la que vaya usted a saber porqué ha decidido no zamparse (con la consecuencia de que ahora he de alimentar también a la lagartija con moscas y polillas, para mantener la cadena trófica).
En fin, volviendo a Fitzsimons -recuérdenme que un día les explique lo que cuenta de una pitón borracha-, sugiere enchufarle a la serpiente desganada ponche administrado por la boca mediante una jeringa de enema para ganado ayudando el proceso con un "gentil masaje". Cómo hacía eso con pitones capaces de merendarse un chacal y aplastar el pecho de un guerrero zulú, y que además le vomitaban encima, es digno de leerse.
Me digo que antes de irme de vacaciones he de reunir valor para solventar lo de la inapetencia. Así que esta semana nos esperan unos días muy intensos, a la serpiente, a mí... y a la lagartija, empecinadamente insomne.
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