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EXTRAVÍOS
Columna
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Si no fuera porque el arte contemporáneo es en sí mismo polémico, uno estaría dispuesto a aceptar que la modernidad ha consistido en suprimir los detalles. Así lo parece sugerir el historiador francés Daniel Arrase en su celebrado ensayo, publicado originalmente en 1992 y recién traducido al castellano, El detalle. Para una historia cercana de la pintura (Abada), donde, mediante profusión de autorizadas citas de Delacroix, Baudelaire, Signac o Matisse, nos muestra cómo estos heraldos de lo moderno consideraban la representación prolija de los detalles una suerte de catástrofe de la pintura. Hay que entender esta reacción, en primer término, como la recusación del sentido artesanal del arte y como la pugna por librar la pintura de cualquier atisbo narrativo, siendo como fueron lo manual y lo literario las cadenas que sojuzgaban la posibilidad de que ese tradicionalmente considerado un medio se convirtiese en un fin. Aunque restan todavía hoy bastantes prejuicios al respecto, la batalla contra el detalle en arte ha sido una guerra perdida, entre otras cosas porque es imposible despojar cualquier producto visual de un cierto sentido simbólico, cuyo vehículo natural es, no pocas veces, la plasmación de minucias reveladoras. Por otra parte, se puede asimismo afirmar que, en cierta manera, los detalles anclan el arte en lo real, lo cual es básico para la supervivencia de éste, aunque sea, como se dice, "abstracto".

El erudito y ameno libro de Arrase está lleno de agudas observaciones sobre el problema estético de los detalles en la historiografía y crítica artísticas de nuestra época, aunque luego ciña su campo de observación al pasado y eluda los ejemplos del arte del siglo XX, pero no tanto porque no haya una profusión infinita de los mismos en esta centuria, sino, quizás, porque de esta forma busca mantener cierta distancia temporal, que preserve la fuerza enigmática de los detalles y el gozo que produce conjeturar acerca de ellos. En este sentido, Arrase defiende una mirada "de cerca" al cuadro, no sólo porque es la que permite descifrar mejor todo lo que hay en él, incluso lo que pasa inadvertido a primera vista, sino porque considera que esta manera de observar es más íntima y apasionada, la del verdadero amateur o amante del arte.

La abrumadora multiplicación de iconos, con o sin intención artística, en nuestra cultura actual ha obligado a crear especialistas en descifrar el aluvión de mensajes subliminales, lo cual demuestra hasta qué punto es imposible despojar un signo de su carga simbólica. No es así, pues, extraño que el arte haya vuelto a los detalles, si es que alguna vez se pudo librar de ellos. No obstante, si lo que seguimos llamando arte no puede hurtar su vocación comunicativa, su misión es hacerla de lo más enrevesada, o, lo que es lo mismo, propiciar agujeros negros que absorban toda la energía del orden establecido y, de esta manera, alumbrar en su envés nuevos puntos o detalles de orientación. Volver las cosas del revés: éste es seguramente el detalle artístico más revelador y próximo, aunque alcanzarlo suponga una travesía infinita. -

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