Un desvaído Hancock
De acuerdo. A Herbie le han dado un Grammy y a Wayne no. Se siente. Y como tiene un Grammy, Herbie toca detrás y Wayne delante. Nada que objetar, salvo que el espectáculo de la estrella de la jornada resultó demasiado largo, mientras que el de su predecesor resultó demasiado corto. El de Hancock fue un recital desvaído, falto de continuidad y criterio. En muchas de sus partes, un verdadero tostón; en otras, una versión en pobre de The Joni letters. Cuestión de posibles: uno se da el gusto de reunir a los músicos más caros del mercado porque puede pagárselo y la cosa no funciona porque el batería y el bajista -todo un Dave Holland- no se entienden entre sí y, además, está el guitarrista Lionel Lueke, siempre dispuesto a introducir la nota inapropiada en el momento inoportuno.
Don Herbie, el del Grammy
Herbie Hancock, Wayne Shorter Quartet. Polideportivo de Mendizorrotza. Charles Lloyd Quartet. Teatro Principal. Martes 15
Sin rumbo
Luego estaban las chicas. Sonya Kitchell cantó a Joni Mitchell -All I want- como si hubiera un agente de la antedicha apuntándole por la espalda, y Amy Keys un bastante más convincente A song for you, de Leon Russell. De Hancock se supo más por los chascarrillos que, maldita la gracia, por sus ejecuciones al piano. En algún sentido, el ex niño prodigio se ha convertido en la antítesis del músico de jazz. Una estrella demasiado vociferante en un mundo de hermosos perdedores que no necesitan disfrazarse de tales. En total, fueron dos horas y media vagando sin rumbo para volver a donde siempre, a los clásicos (Cantaloupe Island).
Del ansiado encuentro entre el pianista y su ex colega en el quinteto de Miles Davis, Wayne Shorter, ni noticia; total, ¿para qué? El saxofonista nos había dejado el mejor sabor con su recital tan corto como contundente; como lo fue el del también saxofonista Charles Lloyd, encargado de inaugurar el ciclo Jazz del Siglo XXI a sus 70 años. Dos veteranos dispuestos a todo. Lloyd, versión Monsieur Hulot, con su sonido de mírame y no me toques y su versión de Rabo de nube (Silvio Rodríguez) que deja en ridículo al original. Luego Shorter, que eleva a rango de ley su aversión a dar al respetable lo que éste le pide. Su minirecital del martes fue la demostración de que otra "fusión" es posible, la que reúne el jazz con la llamada "música contemporánea".
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