Bruce enciende Anoeta
El Jefe comenzó con la E Street Band en San Sebastián la gira española, que sigue en Madrid (mañana) y Barcelona (sábado y domingo). La verán 400.000 personas
El Bruce Springsteen más juguetón, más rockero, el más generoso con su público fiel, comenzó ayer su gira española en San Sebastián. Cerca de 40.000 personas se juntaron en Anoeta para pegar brincos y lanzar alaridos al cielo, junto al poderoso rockero y su legendaria E Street Band. En el escenario, el público encontró al artista que mejor sabe seducir a sus fans, al currante del rock entregado, dispuesto a regalar cada gota de sudor y cada canción como si fuese la última.
¿Lo será? Corre el rumor de que esta gira, que le paseará por el Bernabéu en Madrid y por el Camp Nou en Barcelona, donde actuará dos noches, será la última. Cerca de 400.000 personas abarrotarán los tres estadios, en una fiesta de rock mastodóntica. Pero viéndole, nadie estaría dispuesto a dar un duro por ellos, nadie podría creer que El Jefe vaya a irse en un momento tan dulce. No son más que puros mensajes de marketing, para llenar estadios con telentrada y seis meses de antelación.
Aguantó más de tres horas en el escenario y demostró la raza de las grandes leyendas
A sus 59 tacos, conserva la energía del chico que quería comerse el mundo
El Bruce de hoy, a sus 59 tacos, conserva la energía de aquel chico de Nueva Jersey que se quería comer el mundo en los años setenta junto a la mayoría de los músicos que le acompañaron ayer. Llevan a cuestas un circo con 600.000 vatios de luz y 200.000 de sonido, un tinglado que deben poner en pie, ciudad por ciudad, 100 personas.
En medio de todos esos focos y los ecos metálicos de guitarras electrizantes, reina el Springsteen más coqueto y más cachondo. La estrella incombustible que saltó ayer a Anoeta, al grito de "¡Hola Donosti!".
Pronto todos comprobaron que no había venido a promocionar su disco más reciente -el combativo Magic- ni a lanzar andanadas excesivamente políticas, como hizo el pasado invierno en su última aparición por España, harto de la engañifa y la farsa que vive su país con Bush. Agobiado por la escandalosa defunción que sufren los derechos civiles en la cuna de la democracia. Tampoco encontró el público ayer al Bruce amante del folk, ni de los agujeros negros y la poesía tenebrosa que sacó hacia afuera en discos magistrales como Devils & Dust, The Ghost of Tom Joad o Nebraska.
El de esta nueva gira es el Springsteen más enérgico, el que explota los grandes temas de The River, Born to Run o Born in the USA, y recupera en el baúl canciones de Greetings from Asbury Park; el de los grandes éxitos, el que puede seducir a niños de 10 años, jóvenes rockeros en la sesentena y a fieles maduros que han ladrado miles de veces Thunder road o Badlands. Junto a sus pacientes novias hoy, muchas de ellas, esposas.
Ese Bruce apareció ayer en San Sebastián con Tunnel of love en primer lugar, abriendo el concierto mientras hacia carantoñas a su mujer, Patti Scialfa, que finalmente le acompañó en escena. Ambos han viajado con la familia. Los niños han cogido olas en las playas guipuzcoanas, y él ha paseado por la ciudad, sin perder una dieta estricta basada en frutas frescas, sopas y frutos secos. Mala cosa para aguantar por San Sebastián, aunque alguna escapada a los manteles más proverbiales habrá hecho.
Ayer, después de su masaje de casi dos horas, apareció a las 22.15 acompañado de los chicos fieles de su barrio: con el pirata Steve Van Zandt, con ese monumento a la contundencia del saxofón que es Clarence Clemons, con un más que crecido Nils Lofgren a la guitarra, con Max Weinberg (el poderoso Mighty Max) en la retaguardia de sus cuatro tambores... Sin Daniel Federici, su teclista de siempre, que murió hace apenas tres meses de cáncer de piel, y que tan decentemente sustituye ahora Charles Giordano.
Quienes habían acampado la noche anterior a las puertas del estadio, deliraban. Guardaron civilizadamente su cola, con turnos organizados por ellos mismos. Apuntándose un número en la mano y pasando revista cada cierto tiempo. Nada más comenzar el concierto pudieron comprobar que Bruce venía a regalar los grandes temas de siempre. En fin, regalar es un decir, más para quienes hayan renunciado a otras cosas para pagar los entre 70 y 80 euros que costaba la entrada.
Después de Tunnel of love sonó Radio Nowhere, ese grito en mitad del desierto moral que es ahora su país. Fue la única novedad en el principio. Después se sucedían Now Surrender, Out in the street, Hungry Heart... y no tardaron en llegar los regalos.
El Jefe se paseó entre el público, recogió unas cuantas pancartas con los nombres de algunas canciones, y las entonó. Joyas como Santy o Growing up, tan raros últimamente en sus conciertos, aunque muchos echaran de menos aquel discurso memorable que solía lanzar, contando cómo su padre quería confiscarle sus malditas guitarras. Aquel chico cósmico, que soñaba con huir de los angostos callejones de su barrio, contagiaba al personal ayer su fuego, su rabia sin fecha de caducidad, sus historias de amores rotos, destinos truncados, sueños atravesados. Y sobre todo su talento para el rock eterno, con canciones como She's the one, Atlantic City o Because the night, aquella joya que prestó durante un tiempo a su buena amiga Patty Smith.
Así aguantó encima del escenario más de tres horas. Demostrando la verdadera raza de las grandes leyendas, echando por tierra todos los rumores sin fundamento.
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