Un insoportable dolor
No sólo eran banderas pidiendo la liberación de los terroristas de ETA; el asfalto de la subida al Hautacam sangraba con decenas de pintadas con las iniciales de la banda terrorista y con el dibujo de la venenosa serpiente. Aún estaba haciendo la digestión y mis tripas no paraban de removerse. La emocionante etapa, con un pelotón roto en mil pedazos, no dejaba claro quién se vestiría el maillot amarillo; había que esperar al final. Según se acercaba la meta, más eran los tatuajes de la vergüenza que se televisaban en España, Europa y el mundo. ¿Cómo es posible que la organización, los cientos de policías que controlan cada etapa o las autoridades no borren esas mortales letras?
Hoy, millones de personas han podido comprobar la fuerza de ETA; nadie se atrevió a quitarles minutos gratuitos de publicidad; mañana, el más sanguinario de los terroristas vivirá en el mismo edificio, en la misma calle que sus víctimas, y tampoco nadie hará nada por remediarlo. Al dolor de tripas se ha unido el del corazón.
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