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Columna
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Algo pasa con Mary

La sonora ausencia de la ex presidenta del PP vasco en el reciente congreso regional ha sonado a portazo y a cierre definitivo de la era San Gil. Cuando se inició la crisis entre la dirigente donostiarra y Rajoy, Carlos Iturgaiz, con su habitual delicadeza, trató de echarle un capote a su jefa, y en realidad le clavó un rejón, al decir aquello de que "algunos han querido que San Gil pase de Juana de Arco a Juana la Loca". Resulta difícil describir con menos palabras lo que muchos percibían que estaba pasando entre los populares vascos. Luego, trató de arreglarlo en el congreso con una frase que sonaba a epitafio de despedida, al calificar a María de "diamante más preciado del PP".

Una nueva generación releva a dirigentes que parecían contagiados por el virus del cabreo crónico

Martillo del nacionalismo vasco e icono de quienes defienden los más rancios principios del nacionalismo español, dicen que al ver sus propuestas para la ponencia del congreso nacional del PP, su compañero de partido José Manuel Soria no pudo resistirse a enviarle un sms con un elocuente "Arriba España". Al igual que en su día le ocurrió en el PSE a Redondo Terreros, San Gil pudo comprobar en un tiempo récord como las adhesiones inquebrantables cambiaban rápidamente de bando. Y es que en política la espiral del silencio funciona casi siempre.

Aunque, tras su acceso a la presidencia regional en 2004, mantuvo la línea política de sus antecesores en el cargo, sus ademanes y su estilo rápidamente la diferenciaron del tristón Mayor Oreja y del titubeante Carlos Iturgaiz. María San Gil ha representado en estos últimos años la cara crispada del PP en Euskadi. Es cierto que ser testigo del asesinato de su jefe, Gregorio Ordóñez, tuvo que ser una experiencia muy difícil de superar y que, probablemente, haya pesado como una losa en su actividad política; pero no es menos cierto que sus resultados electorales en estos últimos cuatro años no han pasado de discretos y que tampoco se ha caracterizado precisamente por su capacidad para llegar a acuerdos con sus adversarios.

Con la marcha de San Gil parece que una nueva generación de políticos, más templada, de gesto amable y a quienes cuesta imaginar enfadados, toma el relevo de unos dirigentes que parecían contagiados por el virus del cabreo crónico. En apariencia, al menos, los Iñaki Arriola, Alfonso Alonso o el propio Urkullu provocan menos inquietud que un Rodríguez Ibarra, un Zaplana o un Arzalluz, por poner sólo algunos ejemplos. Y es que lo mínimo que su partido le puede pedir a un líder es que, si no es capaz de sumar votos para su causa, por lo menos, no movilice al electorado hacia las opciones contrarias. Y eso es lo que, en gran medida, ha venido ocurriendo durante la última etapa del PP, con especial incidencia en lugares como Euskadi y Cataluña.

¿Cuál será ahora el futuro de María San Gil? ¿Pasará a engrosar la nómina de políticos que dieron el gran salto desde la política al puestazo en la empresa privada, como Ardanza, Martín Villa, Imaz o el ex asesor de Zapatero David Taguas? ¿Será uno de esos ex políticos que tras disfrutar de los diez minutos reglamentarios de popularidad a los que aludía Andy Warhol irá deslizándose lentamente por el pozo del olvido, como Hernández Mancha o Gerardo Iglesias?

Se cree que el recuerdo del martirio de Juana de Arco, quemada por los ingleses en Rouen y convertida en símbolo de la lucha contra el invasor, ayudó a los franceses en la victoria final en la Guerra de los Cien años. No falta en el PP quien está convencido de que tampoco el sacrificio de María San Gil será inútil y que el recuerdo de la heroína donostiarra ayudará a los críticos a expulsar de Génova a las huestes de Rajoy. El tiempo y los próximos resultados electorales lo dirán.

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