La ONU finge contra Mugabe

El veto de Rusia y China a la Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que pretendía adoptar sanciones económicas contra el sanguinario régimen de Robert Mugabe después de la pantomima electoral del pasado 27 de junio ha puesto en evidencia, por enésima vez, la ineficacia de la maquinaria de la máxima instancia supranacional para asuntos de seguridad global a la hora de gestionar asuntos políticos trascendentales, pero no exclusivamente.

Además, los representantes de los países compromisarios que han votado afirmativamente parecen confiar en el futuro de una ONU meramente simbólica o, peor, en una utopía: ¿alguien no recuerda los resultados de las sanciones impuestas al Irak de Sadam, la Serbia de Milosevic o, aún hoy, el Irán de Ahmadineyad? No tengo ninguna duda sobre las motivaciones estratégicas y crematísticas de Rusia y China en este asunto, pero no es menos cierto que la historia ha demostrado demasiadas veces la inutilidad práctica de este tipo de castigos, tan espectaculares de cara a la opinión pública como inocuos para el Gobierno que los recibe.

Por eso cuando veo cómo se tiran de los pelos el secretario de Estado de Asuntos Exteriores británico, David Miliband, o el embajador norteamericano ante la ONU, Zalmay Khalilzad, me da la impresión de que están actuando, fingiendo un desengaño que en realidad no ha sido tal. Y con actitudes tan desproporcionadas como éstas la ONU pasa de simbólica a quimérica, a fabulosa y, por ende, a absurda, mientras la Rusia corrupta y la China totalitaria, con un poder absoluto que las hace prescindir de fachadas ornamentales, aportan al mundo una triste cordura.