Catacrac
Valverde, atrapado en una emboscada en el valle, cede más de tres minutos a los demás pretendientes el primer gran día de montaña, con nuevo festival del Saunier y triunfo de Piepoli
El primer día, guay; el segundo, a tirar del carro; el tercero, abanico; el cuarto, el gatillazo de la contrarreloj; el quinto, caída; el sexto, uy; el séptimo, más abanicos; el octavo, agua; el noveno, primera montaña, y el décimo, catacrac. Así ha sido el camino progresivo e imparable de Alejando Valverde del todo a una frase: "Ya estoy eliminado, ahora, a buscar etapas".
El murciano no ha tenido ni un solo día anodino en un Tour que comenzó a lo grande, con fuegos artificiales, pensando en una victoria final a la que ayer dijo adiós. "Algunos días, como el de la caída, he gastado hasta el 120%", dijo el corredor cuando veía, con temor, asomar el perfil de los Pirineos en el horizonte, la silueta amenazante de Hautacam. Llegado al meollo del asunto, fatigado de tanto trajinar, como el equipo, ubicuo la primera semana. A este clan de corredores que ayer se aferraban a la voluntad como única fuerza, le estaba esperando en las veneradas pendientes del Tourmalet una máquina de masacrar a pleno rendimiento, llamada Jens Voigt.
"Ya estoy eliminado. Ahora, a buscar etapas", se resignó el corredor español
Especial del Tour de Francia |
Si el Caisse d'Épargne ha sido el equipo omnipresente, el CSC, el equipo de Voigt, y el de los hermanos Schleck, y el de Cancellara, y, sobre todo, el de Carlos Sastre, exceptuando el día del ensayo general -aquel abanico que asustó a Cunego y enfadó a Kirchen-, ha sido el equipo invisible. Hasta ayer, en que empleó al máximo a sus dos locomotoras para convertir el núcleo de la etapa, el momento decisivo, en una contrarreloj colectiva por el valle, 22 kilómetros, entre Luz Sauveur y Argelès-Gazost, entre el final del Tourmalet y el comienzo de Hautacam, en el corazón de los Pirineos. El trabajo de Voigt, un rodador pesado que se aplana sobre su bicicleta, fue un trabajo exquisito que convirtió los 49 minutos de ascensión del Tourmalet en un tormento para un pelotón que comenzó animoso y peleón y acabó descremado y pidiendo la hora. Diecisiete aguantaron el ritmo del alemán: entre ellos no estaba Valverde (ni su compañero Pereiro): a dos kilómetros de la cima empezaron a separarse del grupo, primero imperceptiblemente, centímetro a centímetro, después a gritos. En la cima, cedía 34s al grupo de los mejores. Una nadería, en teoría, y así había sido en otras ocasiones, en que el descenso lo solía aprovechar el pelotón para comer y recuperar fuerzas, pero no ayer: aún tenía que entrar en acción el suizo Cancellara.
En la rendija abierta por Voigt en la subida -y que se redujo a sólo 8s en el descenso-, Cancellara, el mejor contrarrelojista del momento, introdujo una cuña en el llano y sobre ella golpeó y golpeó hasta que la rendija se hizo boquete, un agujero tan inmenso que se tragó las esperanzas de Valverde, quien, contra el viento del terrible valle, contaba con el apoyo y los relevos de Pereiro y Arroyo, mirada de desesperación y desconsuelo en sus ojos. Al pie de Hautacam, la desventaja había aumentado 2m 14s más. Su Tour, y el de Cunego, atrapado en la misma maniobra colectiva del equipo danés, había acabado. El Tour sería a partir de entonces y hasta los Alpes, por lo menos, cuestión de tres personas, Cadel Evans, Denis Menchov, Carlos Sastre. De fondo, el espectáculo pirotécnico del Saunier Duval, que coronó ayer, con todos los honores, al gran Leo Piepoli, quien consiguió a los 36 años, exuberante de forma, su primera victoria de etapa en el Tour.
Hubo un juego de parejas, 37 minutos de baile, en las faldas de Hautacam, sobre Lourdes. Una pareja, la del Saunier Duval, la formada por Juanjo Cobo, otro cántabro que luce su palmito sobre la bicicleta, y Piepoli, actuó a la par; la otra, la de Frank Schleck y Carlos Sastre, utilizó la vieja táctica del alicate. Por detrás, los grandes favoritos, siguieron, en lo que Menchov, uno de los cardenales, llamó "táctica extraña", con sus deberes de meditación y contemplación. Atacaron los Saunier -los dos citados, Riccò, ya marcado, se quedó en el redil- y se fue con ellos Schleck. Esperaba Sastre que Evans o Menchov se pusieran nerviosos y que se lanzaran a por el luxemburgués, que amenazaba el maillot amarillo que ya veía el australiano descender sobre sus espaldas. Nadie se movió, sin embargo. Nadie intentó poner a prueba a nadie. Subieron los tres y a Evans, el garrapata de otros años, le dio la razón su táctica inmovilista: por 1s, el que le hizo ganar Riccò con su sprint final, logró el liderato ante Schleck y así investido llegará a los Alpes, el próximo domingo. Antes, hoy, el undécimo día, descansará, como todo el pelotón, incluido, por un día, Valverde.
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