La sacerdotisa negra incendia Madrid
Erykah Badu arrasa ante una multitud entregada a su 'soul' flamígero
A ver si se habían creído que Amy Winehouse es la única que le da trabajo a su peluquero. Cuando Erykah Badu se dejó ver anoche sobre el escenario -con una demora de 45 minutos sobre el hasta ahora escrupuloso horario de los Veranos de la Villa-, muchos se inquietaron con la visión de ese moño que podría ser un meteorito o una sepia negra gigante enredada entre el cuero cabelludo.
Su espectáculo es lo más racial y jaranero que ha pisado Madrid esta temporada
A ver si se habían creído que Amy Winehouse es la única que le da trabajo a su peluquero. Cuando Erykah Badu se dejó ver anoche sobre el escenario -con una demora de 45 minutos sobre el hasta ahora escrupuloso horario de los Veranos de la Villa-, muchos se inquietaron con la visión de ese moño que podría ser un meteorito o una sepia negra gigante enredada entre el cuero cabelludo. La preocupación fue efímera: tres segundos después, una voz enlatada advertía "Más acción, más emoción... más todo", señal para el arranque del tema Amerykahn promise y de un espectáculo que dejó a la multitud exhausta de tanto mover las cachas.
Un destello de pintura roja cruzándole el rostro, un vestido palabra de honor en variante muy étnica, taconazos descomunales y hasta nueve músicos atentos a la más leve indicación de la diva. Badu es ahora mismo la suma sacerdotisa del nuevo soul (o nu soul, si vamos de enteradillos). En la congregación también participan Macy Gray -otra bandarra-, India.Arie o Mary J. Blige, mujeres todas ellas que le aplican al soul de siempre las enseñanzas del hip hop, el rollito urbano y las imprecaciones de los malotes del barrio.
Erykah ofrece todo eso: enlaza una canción con otra mediante el ulular de una sirena, alborota al personal dándose palmaditas en el culo y a ratos juguetea con una caja de ritmos de la que saca chispas. Pero con independencia de cualquier otra consideración, esta tejana es infatigable, sensual y endemoniadamente buena. A su paisano George W. no le gustaría un pelo. Seguro.
El ingrediente callejero aleja a Erykah y sus correligionarias de Amy y otros artistas tan apreciables como ella, aunque no sean asiduos a las páginas de sucesos: la modosita Duffy, la volcánica Sharon Jones, el adictivo James Hunter (que suena como si Sam Cooke aún estuviera en el número 1) o el incandescente Eli Paperboy Reed, un tipo como James Brown pero veinteañero, blanco y británico. Tras cuatro décadas de convulsiones artísticas, este segundo grupo ha llegado a la conclusión de que nada supera a las Supremes, Martha Reeves y demás. En cambio, las primeras siempre acabarían invitando a sus fiestas -sí o sí- a una pandilla de raperos.
Hubo un tiempo en que la cultura callejera estuvo estigmatizada, pero ahora mola (los modernos dirían "es cool", para demostrar que saben idiomas). En consecuencia, la visita de doña Erica Wright congregó anoche al público más jovenzuelo del mes en el Conde Duque, el más rico en integrantes de color (de color negro, aclararían Les Luthiers) y el más propenso al teñido, cardado o floripondio capilar. A todos ellos y a librepensadores famosetes como el cantautor Javier Álvarez o la actriz Rossy de Palma, que, parapetada tras sus gafas de roja montura, se saltó la cola de entrada con naturalidad pasmosa.
El picajoso podrá aducir que, en su entronización del género callejero, a Erykah acaso se le vaya la mano con tanto hip hop. En The healer cantó que esta música aporta más beneficios para el alma que la política o las religiones, lo cual es cierto, pero, si bien se piensa, también puede aplicarse a las croquetas de mamá, la infusión de rooibos, el iPod de 160 gigas y hasta la colección de ópera en vinilo del abuelo cultureta. Son sólo divagaciones. En realidad, el disco New Amerykah, Pt.1 y su espectáculo en vivo son lo más escénico, racial, radical, tribal, jaranero e incendiario que ha pisado Madrid esta temporada. Lástima que no lo podamos disfrutar con la misma frecuencia que las croquetas.
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