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Columna
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Y tanto que pueden

Para empezar, aunque es posible que esté algo encrespado por el calor, no acabo de entender que clase de tipo o de tipa hay que ser para imaginar una campaña de imagen en defensa del castellano basado en la lengua de una niña que lame un chupa-chup bajo el lema Disfruta de la lengua. Supongo que no se trata de la famosa niña del Rajoy en campaña, acaso más comedida que su propio padre imaginario. Y como tampoco termino de entender que la lengua en cuanto órgano del lenguaje se confunda sin más con la lengua infantil como vehículo de disfrute, doy en suponer que al autor o autora de una tropelía semejante se le han cruzado los cables hasta el punto de alardear de un cierto grado de perversión voluntaria a la hora de discernir entre lengua-órgano y lengua-lenguaje, con todas las ventajas icónicas para la primera opción, que se convierte así en un anuncio de chucherías (cosa sin duda lejos de las severas intenciones de los autores o autoras del asunto), o en una casi subliminal y muy poco imaginativa invitación a la pederastia. Por lo demás, debo confesar que se me escapan las relaciones que puedan existir entre el grave peligro de extinción que corre el idioma castellano y la imagen de una niña que disfruta con su golosina salivada por su lengua. Es una asociación obscena, por trivial, oportunista y manipuladora.

Para seguir, la ola de españolismo (para empezar, deportivo) que nos invade llega hasta alardear del famoso lema del Podemos incluso para una final de tenis entre Nadal y Federer, es decir, un uno contra uno en el que no se ha visto replicar a los suizos ¿Podrán? Se ve que los suizos son más aburridos, no en vano es el país neutral en los grandes asuntos financieros, de manera que su proverbial discreción no digiere bromas dictadas por ínfulas más o menos episódicas. Confieso que vi esa final de Wimbledon así como a pequeñas dosis, fascinado por desentrañar dos grandes misterios. A saber: por qué Federer, que es tan bueno en el primer servicio como con su tremenda derecha abierta, y tan elegante en la pista, es capaz de cometer tantos fallos no forzados cuando la cosa se le pone fea precisamente a causa de esos errores inexplicables, y hasta dónde podría llegar nuestro Rafa, por cierto mucho menos elegante en pista, de no ser tan aficionado a rascarse el culo en el instante que precede a la concentración para el primer saque de su servicio. O lleva la ropa interior muy ajustada, o no la usa, o le supone una molestia deportiva resultar pelín culoncete. Y además, si su constante recurso a echar mano de la toalla no es un ardid aprendido, suda demasiado. Otra cosa es la creciente, y curiosa, militarización gestual de los recogepelotas.

Y para terminar el sermón, nada mejor que admirar los buenos propósitos de los congresos de los partidos políticos como prólogo a unas más que merecidas vacaciones. No obstante, un par de cosas merecen observarse: el del PSOE, más allá de sus resultados, ¿no desprende un cierto tufo a boyscoutismo bienintencionado? Bien está que gire un poquito a la izquierda ahora que Rajoy trata por todos los medios de centrarse un poco, y queda de cine que se imponga la ley de la paridad entre ejecutivos y ejecutivas, miembros y miembras, y demás signos de modernidad que conectan con sus jóvenes votantes pero no tanto con sus verdaderas necesidades de a diario. Y ahí es donde unos y otros se la juegan. Por lo demás, no siendo ya el Tour de Francia lo que era, una vez consumidos los clamores deportivos que tanta unidad concitan, veremos las que nos quedan para septiembre.

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