Justicia justa
En los temas delicados hay que andar con pies de algodón, como si con nuestra pisada pudiésemos generar más dolor e injusticia. El eterno dilema de tener que desembolsar una cantidad de dinero a cambio de salvar el pellejo, a riesgo de saber que eso alimenta a la fiera agresora, no es una cuestión baladí. La justicia y las leyes deben entender que el margen de acción de la persona extorsionada es todo o nada, blanco o negro, vivir o malvivir, pero en cualquier caso se trata de un antes y un después, marcado constantemente por el aguijón de la conciencia. No deberíamos olvidar que la persona extorsionada también es una víctima que merece, al menos, nuestra comprensión. Quien verdaderamente debe ser perseguida es la delincuencia organizada que provoca esta infamia y lleva al borde del abismo moral al extorsionado.
La justicia debe ser prudente y discreta, a mi entender, y no puede ejecutar maniobras vistosas y espectaculares que pongan en la picota mediática a personas que, de largo, ya han sufrido un acoso violento. Insisto: hay que perseguir al chivato del pueblo, al recaudador de esos fondos, a quien los distribuye y a quienes los utilizan. Los asesinos no se pueden sentir inocentes, pero los primeros de la cadena, tampoco. Cada cual se ha visto en el agraviante brete de pagar o no. Las razones de la determinación serán las que sean, pero parece evidente que nadie lo hace por gusto, sino con el disgusto de prever el eco de la muerte o su riesgo. Estamos, una vez más, al lado de los amenazados.
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