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Entrevista:

"Ceniza es lo que fui"

Leopoldo Nóvoa sigue pintando a los 89 años en su refugio de Armenteira

-¿Qué es la ceniza?

-Lo que fui.

Leopoldo Nóvoa (Salcedo, 1919) muestra distintas variantes de ceniza clasificadas en pequeñas bolsas con el esmero de un coleccionista. A un lado están los tamices que utiliza para pintar. "Los hago con cajas de puros, aunque mi mejor herramienta de trabajo es ésta", comenta al sentarse en un sillón extenuado. "No significa estar parado. Cuando estoy sentado es cuando más trabajo". A pesar de la molesta ciática, dedica las mañanas a crear. "Las tardes se las pasa viendo la obra desde el sillón", aclara su compañera Susana Carlson, al rescate cuando una fecha baila en su cabeza.

Desde su estudio al lado del Mosteiro de Armenteira (Meis) la vista sobrecoge. Descubrió el lugar en 1972 gracias a un viaje para visitar A Bouza, una finca que es propiedad de su familia. "Subí hasta aquí con Susana y le dije que era el sitio ideal para hacer un taller, viendo la ría en la que pasé parte de mi infancia. Pregunté cuánto costaba, aunque no tenía un duro, y una paisana me respondió para qué quería saberlo. Al segundo intento, la propietaria cometió un gran error. Me preguntó cuánto pagaría. En ese momento me vendió la posibilidad de comprarla". Esta mujer, sin pretenderlo, ancló en su tierra al artista gallego. Había pasado unos años de niño en la Pampa argentina por los negocios avícolas de su padre, en 1937 se había exiliado a Montevideo para no hacer el servicio militar y era considerado un artista latinoamericano.

Se siente uruguayo o gallego "dependiendo de la nostalgia del momento"
"Estar en el sillón no significa estar parado. Sentado es cuando más trabajo"
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-¿Y ahora se siente uruguayo o gallego?

-Depende de la nostalgia del momento.

Trabaja en Armenteira desde mayo a octubre y el resto del año lo pasa en el estudio de París, refugio que quizá no hubiese cerrado unos meses al año de no ser por aquel viaje emprendido para reencontrarse con los orígenes. "Mi padre fue cónsul de Uruguay, ayudó a gente de los dos bandos, pero lo expulsaron y la familia sufrió terribles represalias. La casa estaba abandonada y llena de silveiras blancas porque durante 36 años no había entrado la luz".

La luz inunda ahora su estudio, pulcro como un quirófano. La otra constante en sus telas es la ceniza. Se dedicó al arte por casualidad. En Montevideo, empezó arquitectura y después estudió la carrera de Derecho sin terminarla. Un día le pidieron unos dibujos para una revista de un club de vela al que pertenecía. Él había comenzado a dibujar de niño, "copiando de cuatro tomos de museos del mundo", pero sin elevadas pretensiones. "Cuando los entregué me dijeron que abandonara Derecho porque era pintor. Fue la primera noticia de que tenía facultades".

Antes de hacerse un nombre en Uruguay con impresionantes obras como el Mural del Cerro, trabajó en una librería, montó una fábrica de alfarería y cerámica, editó la revista literaria APEX e incluso creyó que se haría millonario construyendo bases militares. Hasta que en su camino se cruzó el artista uruguayo Torres García, a quien considera, junto a Jorge Oteiza y Luís Seoane, el artista que más influyó en su obra. Amigo de Julio Cortázar y de Juan Carlos Onetti, en 1965 se lanzó a la conquista de París. "Trabajaba como dibujante político en Acción, un diario de centro. Una parte del sueldo lo ahorraba para ganar en la ruleta el dinero necesario para instalarme allí. Llegué sin hablar francés y sin tener ni un amigo".

En el taller "más bello de París", en la Rue de Faubourg de Saint Antoine, se declaró el 13 de abril de 1979 un devastador incendio. Se calcinaron todos los cuadros de Nóvoa y de otros grandes pintores. "Estaba leyendo después de comer cuando sentí un ruido de cristales rotos. Sólo me dio tiempo a avisar a los otros inquilinos. Se quemó todo. Continuamos acudiendo todos los días a revolver las cenizas. Se iba la luz, nos íbamos nosotros y el taller quedaba abierto. De ahí nació el sentir de la ceniza que ha continuado hasta ahora y que simboliza la época que me ha tocado vivir. Salí con la conciencia de que no era nadie y de que tenía que pintar y pintar".

Leopoldo Nóvoa, en el sillón desde el que pinta, en su casa de Armenteira (Meis).
Leopoldo Nóvoa, en el sillón desde el que pinta, en su casa de Armenteira (Meis).XURXO LOBATO

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