_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un entierro de primera

Llega un momento en que una se pregunta ciertas cosas. Suelen sobrevenirme esta clase de preguntas cuando voy conduciendo. ¿Y si me mato en la carretera, saldría mi entierro en televisión? ¿Darían la noticia, al menos? No pido tanto, sólo un breve, una cola. ¿Sería mi muerte una noticia destacada en la primera plana del telediario de la una, que luego se alargaría en el final con imágenes del lugar del siniestro, imágenes de la casa donde nací, y una voz en off que enseguida daría paso a la presentadora enumerando mis libros más conocidos, y quizás algún apunte sentido y personal, porque acaso la presentadora habría leído algún libro mío y se notaría en su voz que la noticia era más trascendente para el que la da que para quien la escucha? En sus sofás la gente se daría cuenta de este acento de la locutora, y aunque no les sonara de nada mi nombre entenderían perfectamente, tan sólo por el tiempo de exposición de la noticia, que se acababa de morir una gran escritora. Puede que no lo sacaran en la una sino en la televisión autonómica, eso no estaría tan mal. Ahí podrían redundar en el escarpado trayecto que debo de atravesar para llegar a mi casa, las curvas de Mondoñedo donde me estrellé, y una imagen se vería muy parecida a las curvas de Mónaco donde la princesa Grace Kelly perdió la vida. Ésa sería una perfecta comparación.

Podría pasar, sin embargo, que nadie dijera nada, o algo peor, que al redactor del breve se le ocurriera mencionar mi juventud y mi estado civil, divorciada, deja dos hijos y una obra sin concluir. El espectador comprendería que yo era uno de esos casos en los que uno se muere antes de dar lo mejor de sí, y que por tanto una pena, no hubo tiempo para más, para que el ruiseñor afinara su voz, para que el músico tocara su gran sonata, la que todos esperábamos de esta joven escritora a quien la muerte truncó su incipiente carrera. Cómo se iban a alegrar. El espectador cambiaría de canal, no se sentiría concernido por la noticia, tanta gente muere sin dar lo mejor de sí. No se tomarían la molestia de recordar mi nombre.

Pero nada habría ya que hacer, aunque mereciera más espacio en el telediario y más tiempo de vida nadie podría ya resucitarme, nadie podría escribir mis libros por mí. En esos momentos vuelvo a tomar conciencia del volante. Mejor durar muchos años, escribir muchos libros, pelear hasta el último aliento, un entierro a su tiempo y en condiciones, con una obra acabada y monumental, con las cámaras de televisión preparadas en Foz guardando sitio desde el día antes subidos a una escalera de tres peldaños. El alcalde, las autoridades, los desconocidos que ya nunca conoceré ni me conocerán, un reguero de gente que llegaría de los más alejados lugares hasta Mourente, algunos amigos de mi quinta trasladados al lugar, todos tan viejos y con un pie en la tumba. Les pondrían los micrófonos. ¿Dirían que me he muerto dando lo mejor de mí? No, malditos. Se lo callarían.

Luisa Castro (Foz, Lugo, 1966) es autora, entre otros libros, de La segunda mujer (Seix Barral, Premio Biblioteca Breve 2006), Amor mi señor (Tusquets) y Podría hacerte daño (Ediciones del Viento, premio de narrativa Torrente Ballester 2005).

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_