La montaña indecisa
En el foso de Santa Eulàlia del castillo de Montjuïc daban el miércoles Offside, la burbujeante película de Jafar Panahi, multipremiada en Berlín, sobre un grupo de chicas iraníes que pretenden asistir, disfrazadas de hombres, al partido de fútbol entre su selección y la de Bahrein, clasificatorio para el Mundial de Alemania de 2006. Ganó Irán por uno a cero en el Azadi Stadium y la victoria fue celebrada ruidosamente en todo Teherán. La historia que teje Panahi alrededor de ese partido -que no vemos nunca, como no lo ven las protagonistas: lo escuchamos de fondo- muestra en afilada clave neorrealista las contradicciones entre una sociedad que prospera y una clase política aferrada a unos principios que ya nadie entiende. Y menos que nadie, los pobres soldados encargados de detener a las hinchas.
Ese ejército desorientado parecía una metáfora del propio castillo y, por extensión, de la montaña que culmina. ¿Qué quiere ser Montjuïc cuando sea mayor? ¿Una montaña de afirmación nacionalista, como parece revindicar el reciente acuerdo de todos los grupos municipales para reponer las cuatro columnas jónicas de Puig i Cadafalch ante o tras la fuente de Buigas? ¿O una montaña noucentista consagrada a la alta cultura, con instituciones de tanto relumbre como el MNAC, Caixafòrum, la Fundación Miró, el pabellón Mies, el Teatre Grec, el Lliure, el Mercat de les Flors, el Museo Arqueológico, el Etnológico o el jardín botánico? ¿O una montaña del deporte, con muchísimas instalaciones e incluso un museo dedicado al olimpismo? ¿O una zona consagrada al ocio popular, con iniciativas tan felices como estas sesiones de cine al aire libre o tan desconcertantes como el Poble Espanyol? ¿O un zona de ocio más selecto, como el que encarna el hotel construido por Oscar Tusquets y los cruceros de lujo atracados enfrente? ¿O una ciudad de los muertos con su maravilloso cementerio monumental? Y en todo este maremágnum, ¿qué pinta en la cima ese castillo, modelo Vauban, de 1751, atribuido a Juan Martín Cermeño?
La exposición Barcelona té castell!, sobre los futuros usos de la fortaleza y, por extensión, de toda la montaña, intenta dar respuestas, pero la verdad es que no hace más que generar nuevas preguntas. Lo cual quizá no esté del todo mal.
Para empezar, ¿cuántas veces ha sido cedido este castillo indeciso a la ciudad? La exposición cita la toma de posesión del presidente Companys en agosto de 1936, la cesión trampa franquista al alcalde Porcioles de mayo de 1960 y la actual, que se presenta como la definitiva. Ninguna alusión a la cesión -¡ar!- de Bono, con banderas españolas y antenas militares en posición de firmes. El pinyol de la muestra, dirigida por Ramon Folch, está en la explicación de los cuatro equipamientos que se alojarán en este lugar. El primero es un "espacio de la memoria", que tendrá por eje el recorrido del propio castillo, descubriendo rincones inéditos, como la impresionante cisterna de agua a la que se accede desde la propia exposición. Pregunta: ¿por qué borrar de esta memoria el museo militar? El segundo equipamiento es un centro internacional de la paz que se ubicará alrededor del patio de armas. Pregunta: ¿era el lugar más adecuado para una institución pacifista? El tercer núcleo es el centro de información y acogida de visitantes, un clásico (sin pregunta). Pero el más fascinante de todos es, sin duda, el cuarto equipamiento: un centro de interpretación de Montjuic. ¿Es interpretable la indecisión? ¿Alguien podrá nunca entender una montaña que repone por un lado cuatro elefantiásicas columnas en nombre de la "memoria histórica" -Hereu dixit- y se deja escapar por el otro un museo militar que alguna memoria histórica debe de tener, aunque no guste?
Parecen todas preguntas trampa de las chicas hinchas de Panahi. Los soldados de los ayatolás hacen bien en no escucharlas, son unas liantas.
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