Gloria Gaynor arrasa ante un público heterodoxo
Avisamos al amable lector que para la elaboración de las presentes líneas hemos eludido la inclusión de jueguecitos de palabras en el encabezamiento. Porque la ocasión se prestaba, no dirá usted que no, a colocar en lo más alto un epígrafe del tipo "Noche Gay(nor) con Gloria", o decantarnos por algún doble sentido de manual, como "Mucho ambiente en el Conde Duque", a sabiendas de que usted, lector sagaz, lo pillaría enseguida. Pero nosotros somos gente seria, faltaría más. Fuera chistecitos. Nada de juegos de palabras.
Por eso mismo, por nuestra seriedad natural y circunspecta, no podremos afrontar una crónica sobre Gloria Gaynor en términos estrictamente musicales. Hace muchos, muchos años, esta hoy casi sexagenaria dama incendió las pistas de baile con unos cuantos bombazos muy pegadizos, I will survive, I am what I am o Never can say goodbye. La quisieron convertir en una nueva Donna Summer, pero la buena mujer se quedó a medio camino. Y la cosa no habría pasado de ahí, del simpático apunte a pie de página, si no fuera porque los clubes de ambiente (de ambiente gay, se entiende) erigieron las tres cancioncitas de marras, y sobre todo la primera, en santo y seña para toda la comunidad.
La agitación de pelvis hermana a machotes y 'mariquitísimas'
Desde entonces, Mónica Naranjo arrasa cuando vocifera su Sobreviviré y hasta Michael Stipe se ha encargado de rubricar con sus REM una versión arrastrada del himno en cuestión, transfigurado en monumental cara B del rock alternativo.
A todo esto, no queda muy claro qué pensará la muy católica Gaynor de todos nosotros: este país de rojos (de acuerdo, Madrid no es el mejor exponente), futbolistas que se anuncian semidesnudos y mariquitas casamenteros.
Todas son objeciones previas, en cualquier caso. Como las que atenazaban a Claudio y Álvaro frente a la taquilla, engrosando la nómina de indecisos. "Es que nosotros somos más de Kylie, ella sí que es modernísima", aducían. Bah, prejuicios. Al final, la agitación de pelvis es un ejercicio que hermana a mayores y pequeños, machotes y mariquitísimas, heteros convencidos y lesbianas encantadas de la vida. Se baila igual con pluma que sin ella, pero las concesiones al público gay son evidentes hasta en la elección de músicos. Sólo desde esa perspectiva se explica semejante concentración de negritos fornidos en la sección rítmica, "y eso por no mencionar a los tres niñatos de los metales", anota con gesto pícaro Eugenio, que mataría por tener el móvil del trompetista o, al menos, no haberse dejado los prismáticos en el armario.
Pasado el furor de los comienzos, con I am what I am y Never can say goodbye empalmadas (no me sean traviesos) en la misma pieza, el espectáculo derivó en el inevitable ahora-les-voy-a-tocar-las-canciones-de-mi-último-disco. Nadie parecía conocer la existencia de semejante obra, ni parece probable que esté llamada a cambiar la historia de la música bailable, pero la mujer se explayó con versiones discotequeras de Beautiful, de Christina Aguilera, o de Stop in the name of love, de las Supremes (para presentar demanda fulminante por daños morales).
La comunión con la grada y el foso no se reestableció hasta la vieja balada The way we were, para la que el público desenfundó docenas de móviles y convirtió el patio en un enjambre de lucecitas azuladas. Qué buenas son las nuevas tecnologías: ya no hay que churruscarse los dedos con el mechero.
Y así prosiguió nuestra requetediva-rediviva su arrasador paseo triunfal: presumiendo de longevidad, cimbreando las lentejuelas de su blusón dorado, dando pasitos cortos sobre el taconazo de vértigo y exhibiendo ese español macarrónico que ha aprendido en Nueva Jersey (aunque se agradece el esfuerzo, de veras). La exaltación de la amistad ya había alcanzado cotas alentadoras cuando llegó I will survive y no tuvimos más remedio que besarnos con el de al lado. A nadie pareció importarle que intercalara el original con una versión-catequesis en cristiano, pero como se entere Argüello la hemos liado. Y gorda.
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