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Reportaje:

ETA mató al mensajero

Asesinó hace 30 años a José María Portell, un periodista destacado por su denuncia social y apuesta por la paz

¡No te olvides de los billetes! Carmen cerró la puerta y se dirigió al salón de su casa para terminar de llenar alguna de las bolsas y maletas que la familia numerosa debía llevar de viaje. No pasaron ni dos minutos cuando se oyeron los disparos. Vuelco al corazón por el presentimiento. "Es papá, es papá", grita a sus hijos, aún en la cama, y se lanza desde el quinto piso escaleras abajo, sin casi tiempo para cubrirse el camisón con un floreado vestido mexicano.

Eran las nueve de la mañana del miércoles 28 de junio de 1978, y dos pistoleros de ETA, de los comandos berezis, acababan con la vida de José María Portell, cuando estaba a punto de entrar en su coche, un modesto Seat 850, estacionado a escasos metros de su domicilio, el número 66 del muelle de Churruca, muy cerca del legendario Puente Colgante de Portugalete. El periodista, nacido en Barakaldo, director de La Hoja del Lunes y redactor jefe de La Gaceta del Norte, se disponía a "subir" a Bilbao, y pasar por la redacción del periódico para despedirse de sus colegas y "recoger los billetes". Portell iniciaba ese día con su mujer y sus cinco hijos las vacaciones de verano que pensaban disfrutar en Ayamonte (Huelva). Tenía 44 años.

Especializado en temas municipales, se enfrentó a la oligarquía vasca
Había interiorizado la idea de servir de puente entre ETA y el Gobierno
Dedicó semanas enteras a la cuestión de la paz recorriendo toda Euskadi

En principio, todas las sospechas se centraron en los llamados "grupos incontrolados" de la extrema derecha, que habían recrudecido sus atentados en esos meses. "Josémari, como otra media docena de periodistas vascos, padecieron en esa época numerosas amenazas, firmadas a veces por la Triple A, el Batallón Vasco-Español o los Guerrilleros de Cristo Rey. Días antes, le pincharon las cuatro ruedas del coche y le pegaron sobre el parabrisas algún que otro cartelito como el que rezaba: 'Hijo de puta. Director de la Hoja Roja", recuerda hoy serena la periodista y escritora Carmen Torres, quien desde ese día tuvo que sacar adelante a su familia numerosa, envuelta en un ambiente de compasión, de incomprensión, incluso de indeferencia y hostilidad, y, aún peor, del cínico y cobarde comportamiento de gran parte de la sociedad vasca, que para lavar su conciencia se refugió en esos años de plomo en el indignante "por algo será".

Portell era un periodista muy conocido en Euskadi. Ya en 1970, acompañado por el corresponsal de Reuters y otro colega de La Gaceta, padre de uno de los encausados en el dramático juicio de Burgos, se trasladó en su 2CV gris a la capital burgalesa para cubrir esos históricos días. Más tarde, le tocó vivir numerosos acontecimientos, como el secuestro de los industriales Zabala y Huarte o los trágicos sucesos de Montejurra y Vitoria. Especializado en temas municipales, tuvo la valentía de enfrentarse a la oligarquia vasca, representada por la entonces alcaldesa de Bilbao, Pilar Careaga, en temas como el medio ambiente con ocasión de los tristes sucesos de Erandio, o la polémica del aeropuerto de Sondika. Compartía su trabajo local con la corresponsalía de la agencia AP.

Al día siguiente de su asesinato, Bilbao amaneció sin periódicos y sólo un extra de La Hoja del Lunes, a él dedicado, cubrió los quioscos. La conmoción era enorme, y la UCD, el PSE y el PCE redactaron un comunicado conjunto que se negó a firmar el PNV, que fue duramente criticado. Para EL PAÍS, el PNV venía a convertirse en un Hamlet "dispuesto al rechazo abstracto de la violencia, pero reacio a adoptar posiciones para combatirla en concreto". Juan Tomas de Salas, entonces presidente del Grupo 16, en un editorial de la revista Cambio 16, planteó que ante la amenaza a la prensa "en nuestro puesto estaremos hasta la hora final", preguntándose si la lucha armada exige siempre matar por la espalda y por sorpresa a ciudadanos totalmente desarmados.

Muy pronto se desvanecieron las sospechas. No era la extrema derecha, sino la mano criminal de ETA. Así lo reconoció la organización en otro de sus demenciales comunicados, publicado dos días más tarde en el diario Egin, reivindicando el asesinato del periodista, quién había mostrado esos años un gran conocimiento de la organización con dos libros bien documentados (Los hombres de ETA y Amnistía arrancada), para los cuales contó con algunas informaciones provenientes de la propia banda. También entonces se le acusó de situarse cerca de los terroristas. El comunicado disipó cualquier duda, al justificar el crimen por ser Portell "un especialista de la intoxicación" y "utilizar su prestigiosa carrera, así como sus privilegiados resortes, a desprestigiar, calumniar, y en definitiva atacar a ETA". La organización iniciaba su lúgubre estrategia contra los medios de comunicación y la libertad de prensa, y el asesinato de Portell inauguraba los atentados contra periodistas. Evidentemente, se quería "matar al mensajero".

ETA lo dejaba claro en el párrafo final de su comunicado: "En principio advertimos públicamente a Cambio 16, Diario 16, Gaceta del Norte y Pensamiento Navarro que de proseguir en su política antiETA, nos veremos forzados a actuar consecuentemente defendiéndonos de sus ataques con el único instrumento que las circunstancias nos permiten: la lucha armada".

Frente a tan peregrina justificación del asesinato de un periodista, al que también acusaron de ser agente del Gobierno para negociar con ETA -es decir con ellos mismos- , el atentado es condenado por los poli-milis, que lo desmintieron más tarde. "¿Qué sentido tenía entonces asesinar a uno de los supuestos emisarios del Gobierno español para conocer las autenticas posiciones de ETA Militar, si en su Zutik 69 proponía que la salida era la negociación?", se preguntó entonces Mario Onaindia. Negociación que para muchos estaba al alcance de la mano, cuando se rumoreaba incluso que UCD había utilizado el cauce de Tarradellas, quien habría mantenido una reunión con el lehendakari Leizaola y el dirigente etarra Txomin Iturbe.

Años más tarde, y de nuevo Onaindia en su libro de memorias El aventurero cuerdo, daba una explicación a esa nueva barbaridad etarra. "El ver que había voluntad de diálogo por la otra parte habría sembrado el pánico en una ETA que se había reconstituido poco antes precisamente por los berezis, disidentes de ETA pm, que no estaban de acuerdo con las negociaciones de Ginebra [entre enviados del gobierno y los poli-milis], y por quienes, como Argala [José Miguel Beñaran], pensaban que cuando llegaran a ese río de la negociación pasarían ese puente". La manera de cortarlo era, como siempre, por las armas, el instrumento que manejaban mejor, y así habían llegado a asesinar precisamente a otro emisario del Gobierno. Muchos, como Onaindia, se preguntaban entonces si en realidad ya no era Argala quien llevaba las riendas de la organización y eran los berezis, para quienes su razón de ser era la negación de cualquier posibilidad de negociar, tal como habían demostrado cuando estaban bajo la disciplina de los poli-milis.

El caso era complejo. Portell y Juan José Etxabe -histórico dirigente de ETA víctima de un atentado el 2 de julio en el que murió su mujer, Agurtzane Arregi, en un intento de matar al otro emisario-, el que era su interlocutor en el País Vasco francés para llegar a ETA con mensajes de posible negociación, se entrevistaron varias veces. Desde febrero de 1977, el periodista había interiorizado la idea de servir de puente entre ETA y el Gobierno por sus "solventes" contactos entre la organización y el Gobierno. "Había saltado", escribió el mismo Portell, "los límites del periodismo para entrar en los vidriosos caminos de la diplomacia política, sin saber si debajo de mi trapecio había siquiera una red que me parara el golpe".

Sin embargo, siguió trabajando con entusiasmo en esa idea. El tema de la paz llegó a obsesionarle, y se dedicó semanas enteras a la labor recorriendo Euskadi de sur a norte. Esa ilusión la expresó incluso en el epilogo de su libro Amnistia arrancada, en el que afirmó que "ETA desaparecerá cuando la mayoría del pueblo vasco considere su presencia como innecesaria y contraproducente porque cree más en la democracia que en las pistolas. Entonces, las filas de ETA se desnutrirán y llegará el momento de su extinción... Por lo tanto, pongamos toda nuestra esperanza en la democracia, aunque cause algunos sinsabores. También tendremos que aprender a ser demócratas y a creer en la reconciliación".

Ingenuidad, idealismo, tenacidad, generosidad, y sobre todo profesionalidad. Un poco de todo para sus amigos, que siempre destacaron su seriedad y rigor a la hora de ejercer su profesión. Para él, el periodismo era todo y, como afirma Carmen Torres, "murió en acto de servicio. Escribió, molestó, pero no se calló. Vivíamos para ello. No pensamos en otra cosa. Fue un época apasionante. Aprendimos el oficio chupando calle, disfrutándola. El periodismo es eso, es ese peligro, ese compromiso, ese juego con la información, esa intensidad que te emocionaba, que disfrutabas con ello, con amplitud de miras y cierta ingenuidad. Éramos pocos, pero eso te abría muchas fuentes. Era un periodismo donde no se admitían errores, por la cuenta que nos traía. Con todo, éramos felices. Lo único que he querido con el paso del tiempo es que mis hijos crezcan con serenidad, que no crezcan con odio. Entonces nadie entendió mi postura de perdonar, no de olvidar. Si no perdonas no puedes vivir, y ahí veo el tema de las víctimas, ahora más arropadas que entonces, pero ¡qué desastre!"

Gregorio Morán, años más tarde director de La Gaceta del Norte, definiría a Portell de esta forma: "José María era un periodista con sus limitaciones y sus ambiciones. Además pensaba ingenuamente que todo el mundo es bueno, y el que no lo parece es porque no se lo han explicado: esto, que le honra, le llevó a la muerte".

Desgraciadamente, nunca se hubiera cumplido su sueño de escribir un artículo que se titulara "Por fin, hay paz en Euskadi". Ese año, ETA mató a 68 personas.

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