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Columna
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El reto de los tigres de papel

El XVI Congreso del PP celebrado el pasado fin de semana en Valencia concluyó con la victoria de Rajoy, que revalidó su mandato como renacido presidente del partido con el 84% de los votos, situó a la gente de su entorno en los puestos clave de la organización y excluyó a sus principales competidores y críticos de los cargos de confianza. Tanto la decisiva influencia del aparato del PP sobre la gran mayoría de los compromisarios electos como la exigencia del 20% de avales de los congresistas para los aspirantes a la presidencia -Rajoy tuvo el feo detalle de hacer una gira previa por provincias con ese objetivo- cargaron fulleramente los dados antes de echarlos a rodar sobre el tapete. Sin embargo, la envergadura de la coalición negativa sublevada contra Rajoy a raíz de la derrota electoral del 9-M había dado la falsa impresión de poder incluso provocar su desestimiento.

El desafío no provenía sólo de los tigres de papel, pese al trabajo desempeñado por el diario El Mundo y por la Radio de los Obispos para impartir consignas, proporcionar argumentos, distribuir improperios y programar la salida semanal del armario de críticos, heterodoxos y rebeldes. El reto tampoco se limitaba a los movimientos de solidaridad con los dimitidos -antes de recibir el cese- Eduardo Zaplana y Ángel Acebes: los dos ex ministros de Aznar más claramente asociados con los errores, manipulaciones y engaños informativos posteriores al atentado del 11-M habían sido también los portavoces de la aberrante teoría de la conspiración que culpaba a los socialistas de estar implicados en la matanza y al Gobierno de impedir su investigación. Finalmente, símbolos de la resistencia ante ETA tan queridos por la militancia popular como María San Gil y José Antonio Ortega Lara habían prestado su apreciado aval moral a la acusación según la cual Rajoy -tras dejar colgados de la brocha a sus antiguos colaboradores Zaplana y Acebes- se disponía a abandonar las señas de identidad del PP.

La soflama de Aznar -como telonero disfrazado de cantante de boleros macarra- contra el mundo, el demonio y la carne mostró su narcisismo herido en tanto que líder orgulloso de su histórico encuentro en las Azores pero también la creciente pérdida relativa de su influencia sobre los militantes de la organización popular. Si las reticencias mezquinas de Aznar -al estilo del despectivo "respaldo responsable" a Rajoy- no necesitaban traducción expresa, sus menciones elogiosas a Zaplana (ni siquiera invitado al congreso), a María San Gil y a Ortega Lara contrastaron con la intencionada omisión de estos mismos nombres por Rajoy, que incluso tuvo el dudoso gusto compensatorio de tapar la ausencia de la ex presidenta del PP en Guipúzcoa con el nombramiento de la hermana del malogrado Miguel Ángel Blanco -asesinado por ETA- como vocal del Comité Ejecutivo. Aunque sólo los stalinistas llegaran hasta el extremo de retocar las fotografías de la Revolución de Octubre para borrar la figura de Trotski, casi todos los partidos relegan a los discrepantes al panteón del olvido: Rajoy tampoco vertió ninguna lágrima en esta ocasión por Juan Costa, Gabriel Elorriaga o Carlos Aragonés.

Algunas designaciones de Rajoy cobran todo su significado si se las compara con otros eclipses paralelos: las presencias del alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y de su vicealcalde, Manuel Cobo, contrastan con las ausencias de la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, y de su vicepresidente, Ignacio González. El turolense errante, Manuel Pizarro, continúa sumido en la clandestinidad después de haber sido presentado antes de las elecciones como el Iker Casillas de la ciencia económica.

¿Cómo consiguió Rajoy resistir la ofensiva de la poderosa coalición negativa contra su candidatura previa al congreso? La referencia a la disciplina represora resulta insuficiente: la presidenta de la Comunidad de Madrid únicamente podrá temer las represalias de la dirección nacional en vísperas de su congreso regional del próximo octubre o con la elaboración de las listas autonómicas de 2011. El factor decisivo del éxito de Rajoy han sido las expectativas electorales. Los aparatos partidistas gastan abundante dinero público en su provecho y aplican con el mismo fin políticas clientelistas de patronazgo: ahora bien, tanto las subvenciones presupuestarias recibidas por los partidos como la ocupación de la Administración central, autonómica y local para repartir mercedes dependen de los votos.

Rajoy y la nueva secretaria general, Cospedal, insistieron ante los compromisarios sobre la condición ganadora del PP, una vez corregidos los errores que impidieron el 9-M su triunfo: una excesiva carga ideológica, ahuyentadora del centrismo, y la hostilidad del nacionalismo. Los populares también creen que la prolongación y agravamiento de la crisis económica mejorarían su posición en las urnas. Las elecciones de 2009 -vascas, gallegas y europeas- servirán para contrastar la veracidad de esa hipótesis.

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