Centro
Aún no recuperado del ataque de risa ante la noticia más divertida de los últimos tiempos, la de esos turistas españoles con madera de héroes que abandonan a su madre en Manhattan para perseguir a un caco que acaba de dar el palo y exigirle la rendición con la dadaísta exigencia de "alto a la Guardia Civil "(esperpento con el inconfundible aroma de los geniales Azcona y Berlanga), vuelvo a sentir gozosa estupefacción cuando escucho la certidumbre ( o el chiste) del esforzadamente juvenil Aznar de que el PP no necesita ir al centro porque ya está en él desde hace mogollón de tiempo.
Tengo que revisar el diccionario y el auténtico significado de los conceptos. Desde el colegio creía saber lo que implicaban los términos liberal, izquierda y derecha. Qué civilizado, tranquilizante, ilustrado y tolerante me sonaba aquello de la gente liberal, de un ambiente liberal, de un comportamiento liberal. Pero veo a los que se arrogan actualmente esa condición y me asaltan sensaciones relacionadas con el escalofrío y la grima. Gracias a Orwell y su aterradoramente lúcida "Rebelión en la granja", a las intolerables noticias de purgas y gulags, a transparentes villanos en la vida cotidiana que exhibían el prestigioso carné del progresismo, supe que el mal también podía llevar disfraz de rojerío. Siento tanto respeto por esa palabra, que sigo alucinando cuando fascistas puros y duros como los gudaris etarras se autodefinen o los definen como la izquierda radical.
Y entiendo que resulta muy conveniente para los eternos dueños del tinglado certificar el crepúsculo o la agonía de las ideologías. Es mentira, pero sería más honesto y clarificador abolir todo tipo de siglas. Por equívocas, por confusas, por felonas. Por mi parte, siempre he identificado nítidamente lo que significa ser de derechas. Afirman que en otros planetas existen derechas civilizadas, pero como no he viajado, no las conozco. Ni siquiera puedo imaginarlas. Soy así de cortito.
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