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Columna
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El coche a pilas

Ya no hay forma de maquillar la subida del petróleo. Más de uno creía aliviar el encarecimiento gastando siempre la misma cantidad de dinero al cargar el depósito. Engañan así al subconsciente a costa de acortar la autonomía del vehículo y visitar con más frecuencia la estación de servicio.

Sé de alguien que cueste lo que cueste el combustible siempre le pone 20 euros al coche. Con 20 euros de gasoil, hace menos de un año te hacías un montón de kilómetros, pero ahora, en algunos tramos de autovía, apenas si alcanza para llegar a la siguiente gasolinera.

La subida de los carburantes en general -y del gasoil en particular- ya no admite anestesia porque incide de tal manera en la economía doméstica que el automóvil ha pasado de ser un instrumento básico a convertirse en un artículo de lujo.

Baterías de ion-litio permitirán impulsar un vehículo 200 kilómetros sin recarga ni lanzar CO2

La mayoría de los ciudadanos puede comprarse un coche, incluso un buen coche, pero ya son menos los que pueden permitirse darle de beber a razón de 1,34 euros el litro. Aquel tonto llamado Abundio que vendió el coche para comprar gasolina, hoy, habría triunfado.

Desde hace veinte años los países occidentales han ido encajando los sucesivos incrementos del barril de crudo como si diera igual que costara ocho que ochenta.

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La última escalada, en cambio, ha sido tan brutal que pone entre las cuerdas todo un modo de vida. Una situación especialmente preocupante para España, donde la industria del automóvil es la segunda fuerza productiva del país.

Hay, sin embargo, en tan negro panorama dos factores que pueden resultar positivos si quienes nos gobiernan saben hacer de la necesidad virtud.

En primer término, no puedo imaginar un estado de opinión más favorable para promover el uso racional del vehículo privado sobre todo en las grandes ciudades como Madrid.

Es el momento ideal para aplicar políticas que estimulen el uso del transporte público y liberen los espacios urbanos de la congestión patológica que padecen.

De igual modo, tampoco ha habido -como hay ahora- una presión social tan intensa para que la industria ofrezca vehículos no contaminantes movidos por energías alternativas.

Durante las últimas décadas hemos asistido a los intentos fallidos por lanzar coches eléctricos o impulsados por combustibles menos contaminantes. Iniciativas que, por su nula competitividad, más parecían un paripé de las grandes marcas destinado a lavar su conciencia que una apuesta real por la innovación y el medio ambiente.

Si hubo algún proyecto con posibilidades de prosperar, ya se encargó la industria petrolera y su gran benefactora, la Administración de Bush, de condenarlo al fracaso para que no perjudicara a sus intereses. Ahora, la soga aprieta de tal manera que les será difícil parar la irrupción de tecnologías capaces de mover las ruedas con otras energías.

Una de las soluciones más prometedoras es la desarrollada por los científicos para la telefonía móvil. En su afán por reducir el tamaño de las baterías y aumentar su capacidad energética, han creado pilas de ion-litio con una potencia muy superior a las del plomo y bastante mayor que las de níquel, ensayadas hasta ahora por los japoneses en sus coches eléctricos.

Esas baterías, aplicadas a la industria del automóvil, permitirían ya impulsar un vehículo durante unos 200 kilómetros sin recargar, alcanzando velocidades próximas a las de los coches actuales, ocupando muy poco espacio y sin lanzar un solo gramo de CO2 a la atmósfera.

Con este punto de partida y poniendo todo el potencial de investigación de la industria al servicio de la causa imaginen lo que puede cambiar el sector en pocos años. El avance en paralelo de las energías renovables lograría rebajar nuestra dependencia del petróleo mientras respiramos un aire más limpio.

Estamos quemando una energía que se agota, que calienta el planeta, que hay que comprar fuera y encima a precios desorbitados. Ningún grupo de presión puede frenar en estas circunstancias los proyectos que permitan sostener el progreso y la calidad de vida que sus intereses espurios han puesto en la picota.

Esta vez, los poderes públicos deberán estar a la altura e introducir medidas que estimulen la investigación, potencien la producción de energías limpias e incentiven fiscalmente su aplicación, muy especialmente en la industria del automóvil. Ya lo están haciendo con determinación países como China o Israel, que no quieren hipotecar su futuro dependiendo de los productores de petróleo.

Ojalá llegue pronto el día en que recarguemos la batería de nuestro coche en la estación de servicio o el enchufe del garaje, igual que hacemos con el teléfono móvil.

Ahora el futuro puede ser el coche a pilas.

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