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Crítica:ÓPERA | 'Luisa Miller'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Verdi sin trampas

Un Verdi como los de antes. Sin provocaciones escénicas, excentricidades, ni sobresaltos. Gilbert Deflo tiene una fe ciega en el poder de la música de Verdi para transmitir emociones y nada en su montaje de Luisa Miller estorba, falsea o traiciona la partitura. Fascinado por el romanticismo alemán, traslada la acción del libreto (siglo XVIII) al tiempo del estreno de la obra (1849) para envolver así el drama verdiano con los colores, las sombras y las tinieblas de la pintura romántica. Los decorados de Orlandi nos sitúan en los paisajes tiroleses donde Verdi, obligado por la censura, ambienta la trama urdida por Schiller, fatal historia de amores traicionados, ambiciones malditas y pasiones enfrentadas cuyo desenlace deja tres cadáveres al caer el telón. Se le podría exigir más fuerza teatral en la dirección de actores y el movimiento del coro, demasiado previsible y cansina, pero en su montaje no hay trampas: quien toma la palabra es Verdi.

LUISA MILLER

De Giuseppe Verdi. Libreto de Salvatore Cammarano basado en una obra de Schiller. Intérpretes: Krassimira Stoyanova, Aquiles Machado, Roberto Frontali, Giacomo Prestia, Samuel Ramey, Irina Mishura, Nino Surguladze y Josep Fadó. Coro y orquesta del Liceo. Director musical: Maurizio Benini. Director de escena: Gilbert Deflo. Escenografía y vestuario: William Orlandi. Iluminación: Joël Hourbeigt. Producción de la Ópera de París. Teatro del Liceo, Barcelona, 19 de junio.

En perfecta sintonía, el director Maurizio Benini lleva el pulso verdiano con mano firme, quizá con demasiada premura en algunas escenas, pero con vigor dramático y eficacia para subrayar los colores y contrastes que el joven Verdi explora camino de su gloriosa madurez. La joya del reparto es la soprano Krassimira Stoyanova en la piel de Luisa Miller, papel de tremenda dificultad que inicia su andadura en aguas belcantistas y alcanza un conmovedor dramatismo. Sobrada de medios, la cantante búlgara sortea los pasajes de bravura y las escenas dramáticas con aplomo y desbordante expresividad. Sensacional. El resto del reparto se movió a un nivel menos imponente. El tenor Aquiles Machado, tímido e inseguro Rodolfo al principio, fue ganando confianza hasta rendir a muy notable nivel en los dos últimos actos; también fueron a más el barítono Roberto Frontali (Miller), muy apurado en su primera gran escena, que acabó mostrando buena fibra verdiana, y el bajo Giacomo Prestia (conde Walter), con mayor empaque y nervio. El bajo Samuel Ramey salvó el papel del malvado Wurn con voz gastada y destellos de gran clase, mientras que cumplieron sobradamente las mezzos Irina Mishura y Nino Surguladze y el tenor Josep Fadó. El coro se lució en sus intervenciones. Más discreta estuvo la orquesta, en una prestación digna, pero con excesivos altibajos.

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