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Columna
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El pasado, el futuro

Consideraciones como la de la edad parece que están teniendo ya importancia en el largo proceso electoral norteamericano. Frente a los alineamientos en torno al género o la raza que han dominado el discurso y la acción política de las últimas décadas, la relevancia de la edad iría vinculada a un nuevo referente axiológico que tendría que ver con lo viejo y lo nuevo, o con el pasado y el futuro. Con esa puesta en valor de la edad estarían relacionados, según algunos analistas, determinados enunciados recurrentes de la retórica electoral del candidato demócrata Barack Obama dirigidos contra su oponente republicano John McCain, enunciados en clave que encerrarían alusiones a la relativa vejez de este último. La experiencia de McCain en la guerra de Vietnam acentuaría ese aspecto añejo del candidato republicano al remontarla en el tiempo más allá de la que tuvieron los dos últimos presidentes -Clinton y Bush-, exentos ambos de experiencia bélica alguna como buenos representantes de una generación, la de los babyboomers, que se opuso a aquélla y que ahora desaparece del primer plano de la escena política: ni Obama, por su juventud, ni McCain, por lo contrario, pertenecen a aquella generación.

Aunque ligados a la clase social o a la raza, lo viejo y lo nuevo no fueron ajenos a la retórica totalitaria

El hecho de que hayan sido una mujer y un negro quienes hayan competido por la designación demócrata para la candidatura presidencial vendría a sancionar el logro en los objetivos de los dos frentes reivindicativos de los últimos años, reivindicaciones que operaban además como líneas divisorias de opciones ideológicas diferenciadas. Se ha recalcado estos días el gran mérito de Hillary Clinton por haber conseguido imponer la percepción de que una mujer -además de no claudicar a las primeras de cambio- puede desempeñar perfectamente el papel de comandante en jefe del ejército estadounidense. Resultará superfluo insistir en los méritos de Obama para suturar la herida racial que aún latía en la sociedad norteamericana y que actuaba también como divisoria ideológica. Cabe que en la política norteamericana se pueda ya -Yes, we can- lo que hasta ahora no se había podido, pero lo que queda por aclarar es lo que se va a poder en el futuro. Izquierdista sin tacha en sus tareas senatoriales, el discurso actual de Obama parece querer eludir los tradicionales alineamientos ideológicos y situarse en un terreno nuevo aún sin explorar. Si el eje clásico izquierda-derecha ya no resulta operativo, ¿cuáles habrán de ser los nuevos referentes que haya de articular la necesaria tensión de la participación democrática?

Un desplazamiento axiológico similar puede estar operándose en otros lugares. Así, en España, las políticas de igualdad emprendidas por Zapatero propician, pese a las resistencias fundamentalmente retóricas con las que está topando, un escenario posfeminista que desactiva divisorias tradicionales, y lo mismo habrá de ocurrir con el discurso comunitarista en función de la respuesta que se le dé al fenómeno de la inmigración. El nuevo panorama parece que vaya a polarizarse entre lo nuevo y lo viejo, o entre el pasado y el futuro, de ahí que ya no sorprendan mensajes recientes como el del presidente de México, Felipe Calderón -"el dilema en América Latina no es entre izquierda y derecha, la disputa es entre pasado y futuro"-, o como el de Ruiz-Gallardón, quien afirma que "en Europa las alternativas no son tanto de derecha e izquierda como de modernidad y pasado".

Pasado y futuro se establecen como ejes a definir, referentes absolutos más allá de los intereses concretos que articulaban hasta ahora las divisorias ideológicas y políticas, bien respondieran aquellos a la clase social, al género o a la raza. Nos instalamos así en un discurso de dominancia plenamente liberal, ya sea progresista ya conservadora, que corre el riesgo de convertirse en una cortina de humo y que habrá de precisar sus objetivos. Aunque ligados a la clase social o a la raza, lo viejo y lo nuevo no fueron ajenos a la retórica totalitaria. Falta por ver cómo pueden articular, desnudos, una política democrática.

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