Contaminación y ciudadanía
La playa valenciana de la Malva-rosa ha perdido la bandera azul que ostentaba. Se han levantado muchas voces de protesta, pero se ha hablado poco de aspectos ambientales en relación con este tema. Tal vez no sean los más importantes para conceder o no banderas azules, pero deberían serlo.
Muchos días doy paseos por las playas de las Arenas y la Malva-rosa. Estos paseos podrían ser, además de cardiosaludables, muy agradables por la belleza del mar y los cielos del atardecer, pero resultan muchas veces penosos. Lo son porque no puedo dejar de ver la suciedad que traen las olas y la cantidad y variedad de residuos que abandonan las personas que ese mismo día han estado disfrutando de la playa. Frecuentemente, las olas aportan gran cantidad de restos procedentes por ejemplo de las numerosas acequias que vierten aguas residuales, sin depurar, en nuestra costa. Aun así la materia orgánica disuelta y los microorganismos patógenos, a los cuales también contribuyen emisarios submarinos como el de Vera, no se ven. De vez en cuando son detectados por analíticas rutinarias (que solo se hacen cada varios días) mostrando episodios que llegan a multiplicar hasta por cien los valores máximos permitidos, como ocurre de tanto en tanto en la playa de la Patacona (en Alboraia, junto a la Malva-rosa).
Pero los restos abandonados por los bañistas o turistas playeros resultan mucho más visibles y generan una inevitable desazón en cualquier persona medianamente sensible. En la propia playa existen abundantes papeleras (que en días de viento se rasgan o vacían, esparciendo alegremente su contenido). También hay papeleras en el paseo marítimo y en los bares y locales donde seguramente muchos visitantes compran las preciosas latas, botellas, vasos y los bocadillos, por no hablar de las omnipresentes bolsas de plástico que luego esparcen generosamente por toda la playa, por toda la arena, incluso donde rompen las olas y pueden confundirse con los desperdicios que el mar devuelve. ¿Cómo es posible que personas supuestamente atraídas por la belleza del lugar diseminen tanta variedad y cantidad de residuos? ¿Cómo es posible que esto no sea detectado por la abundante presencia de fuerzas del orden que circulan en diversos vehículos por el paseo marítimo o la playa (en este caso, preferentemente en ruidosos y peligrosos quads)? ¿Cómo es posible que las diversas administraciones no pongan remedio?
Sabemos que en la concesión de banderas azules intervienen muchos otros factores, pero ya que después se venderán como indicadores de calidad, incluso de calidad ambiental, deberíamos analizar más a fondo si realmente están los deberes hechos. La ciudad de Valencia y municipios cercanos están recorridas por muchas acequias enterradas, (por eso no las vemos), que reciben en determinados puntos aguas residuales procedentes de viviendas e incluso industrias, situación que debería investigarse a fondo, pues resulta presuntamente ilegal. Parte de estas acequias riegan zonas de huerta (Benimaclet, Alboraia, por ejemplo) y luego vierten sobrantes al mar. El color de esas aguas, su olor y los objetos arrastrados, que muchas veces devuelve a la costa el mar, hablan por sí solos. Estas acequias, sumadas u otros numerosos puntos de vertido habitual de aguas residuales, suman unos 50, repartidos en 29 municipios costeros valencianos, como reconoció hace unos meses la consejería irresponsable. La veintena de emisarios submarinos que tenemos alejan de la costa (más o menos) aguas parcialmente depuradas, que no se reaprovechan en este país sediento, y que aún contienen contaminantes. En cuanto a los desperdicios abandonados por los usuarios de las playas, deben estar prohibidos por normativas locales, que ciertamente no se cumplen. El resultado es notoriamente visible para cualquier persona que pasee por la orilla de las playas urbanas de Valencia. No sé si será eso lo que han visto los distribuidores de banderas azules.
Carles Arnal es portavoz de Els Verds-Esquerra Ecologista del País Valencià.
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