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Columna
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Monte Alto, Lavadores

La lucha de clases reviste siempre un aspecto internacional. Por lo menos en ello insistían hasta la pesadez los trostkistas, sobre todo mi amigo Cachaza. En la Coruña de los años sesenta lo que esto quería decir era que los adolescentes de Labañou, la Sagrada Familia y otros barrios tenidos en la época por pobres y violentos hacían masa en bandas juveniles con nombres como Corea y Katanga, que evocaban la ferocidad de la guerra y un cierto salvajismo vistos a través del prisma de los noticieros del NODO y de las películas americanas de serie B. Era en los cines de barrio que fluía en esos tiempos la imaginación de los desheredados y me pregunto si hoy lo hará también a través de los video-clubs, Internet o ¡quién sabe! las videoconsolas.

La conciencia pública en Galicia ha pasado por alto la fortaleza de ciertas tradiciones urbanas

Que el mundo se ha ido a la derecha lo muestra también el hecho de que aquellos dos nombres, tomados de la geografía de los conflictos que marcaban la época, presumían identificación con las gentes de aquellos dos pueblos inmersos en guerras determinadas por el colonialismo, mientras que para las bandas callejeras de hoy el prestigio corresponde en exclusiva a las tribus urbanas norteamericanas. La amalgama de territorialidad, hormonas y conflictos de clases se ajusta al unilateral imaginario social de la actualidad.

Aquellos adolescentes, llevados quién sabe por qué ciego afán justiciero o vindicativo, o por qué clase de resentimiento, se plantaban de cuando en cuando en la Plaza de Vigo o en otros escenarios del centro de la ciudad para encararse a los que ellos juzgaban pijos y merecedores, por tanto, de una buena tunda y humillación. Ante sus chicas, sobre todo. Era una especie de compensación simbólica a su destino social. Tal vez en alguna de aquellas grescas y golpizas brillase ante una de ellas un Pijoaparte. Esa era la esperanza. Esas bandas mostraban sin duda una realidad: la conciencia de pertenecer a un ámbito social delimitado por un territorio urbano. Hasta en mi Vilalba natal, tan pequeña, había un incipiente sentido de ello y, desde luego, entre mis terrores de niño estaba el de ser azotado por alguno de aquellos macarras.

Los barrios son una realidad que hasta los años sesenta tenían fronteras bien delimitadas por la historia y la decantación social en todas nuestras ciudades. Algunos entre ellos, como Monte Alto, en A Coruña, tal vez debido a su carácter peninsular, han sabido guardar un cierto sabor peculiar. El Antroido de ese barrio es único en Galicia porque en el los choqueiros, las vestimentas de ocasión y el ejercicio del humor crítico que siempre ha caracterizado a esa fiesta, todavía no han sido enteramente sustituidos por las pálidas imitaciones del carnaval de Río que otros lugares pretenden. Tal vez no es casualidad que apenas sólo en Monte Alto, barrio popular y de gran influencia republicana, incluso cuando Paco Vázquez estaba en el cenit de su monopolio de la mente local, era posible poner en sordina al magro personaje y oír alguna chufla de sus pretensiones.

Tengo en mis manos O antigo Concello de Lavadores: unha aproximación histórica, obra de Xesús Giráldez editada por la Asociación vecinal de lo que hoy es ese barrio de Vigo. Es una publicación curiosa, porque es de las muy escasas -la única que yo conozco- que intenta reconstruir el pasado de un barrio en Galicia y que, por eso, de algún modo, contribuye a una cierta comprensión de él. La historia de Lavadores es densa y está llena de luchas sociales. Un sólo dato: en el período republicano el mayor número de afiliados al socialismo estaba en ese lugar, y no en Vigo. Por no hablar del Directorio de Teis, momento álgido del agrarismo.

Desde los años sesenta, sin embargo, el cambio social ha determinado una enorme transformación de los barrios tradicionales y la aparición de otros nuevos. Según me cuenta Anxo Quintela, hombre nacido en ese barrio, la tendencia en Lavadores es que las gentes ahí nacidas se hayan trasladado en muchos casos a zonas más céntricas de Vigo, y que nuevos pobladores, venidos de Ourense o de donde fuere, se apelmacen en los nuevos edificios. Es una tendencia paradigmática, que expresa el ascenso social de unos y la incorporación a la vida urbana de otros. Tal vez eso desdibuje al Lavadores de siempre, pero hará nacer otro barrio, más poblado, y cuya significación en la vida urbana convendría, como en tantos otros casos, analizar.

Y es que la conciencia pública en Galicia, cabe insistir en ello, ha pasado por alto la fortaleza de ciertas tradiciones urbanas y tiende a ignorar como se expresan en el territorio las tensiones sociales y las formas específicas de cultura que generan, como aquellas bandas de los años sesenta. Ante nosotros estamos viendo como se configuran nuevos barrios y nuevas identidades urbanas. Tal vez en muchos casos el proceso sea incipiente pero no creo que sea demasiado pedir que se repare en él para evitar nuevas mistificaciones y cierta tendencia a vivir en Babia de nuestra intelligentsia.

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