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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

www.fundacionacin.org

Mercè Ibarz

Este sábado fue un día intenso en la ciudad de Huesca, adonde llegamos un grupo de amigos desde Barcelona para sumarnos a tantos que hacemos piña con la familia de Ramón Acín y Conchita Monrás, anarquistas "blancos", artista y pedagogo él, asesinados los dos en la tapia del cementerio por los fascistas en agosto de 1936. Eran los padres de dos adolescentes que llegaron a ser mujeres extraordinarias, a quienes tuve la suerte inmensa de conocer y tratar, las dos profesoras de instituto y artistas: la dibujante, grabadora y escultora Katia Acín y la poeta Sol Acín. Las tres hijas y los dos hijos de Katia han puesto en marcha la Fundación Ramón y Katia Acín (FRKA), con el apoyo entusiasta de sus parejas y los nietas y nietos de Katia, así como de los hijos de Sol. Aunque a la misma hora el cineasta Bertrand Tavernier charlaba con los medios a propósito de su Premio Buñuel en el trigésimo sexto festival de filmes cortos de Huesca, la convocatoria para presentar la web de la FRKA a prensa y amigos fue un éxito, una prueba más del recuerdo de Ramón Acín que brota aquí y allá, hoy sí y mañana también, y de la luminosa memoria de Katia en la ciudad.

Mientras Emilio Casanova navegaba por la generosa web que ha construido, cuya dirección titula esta crónica, me sentí tocada de nuevo por el aliento Acín, un aroma que me cuido muy mucho de adulterar y más aún de abandonar. Cinco mil y pico documentos de Ramón a disposición de todos, se dice pronto... Y unos cuantos centenares de Katia... Emilio clicó y salió uno de los estupendos artículos de Acín en 1913 en La Ira. Órgano de expresión de la cólera y el asco del pueblo, que con Ángel Samblancat redactaban y editaban en Barcelona, en Gràcia. No pudieron hacer más de un número... Pero Acín tenía mucho arte y más mano izquierda si cabe, y también escribía en el conservador Diario de Huesca, donde publicó otro artículo que vimos en pantalla: Id vosotros, dedicado a los pijos, diríamos hoy, que pagando sus padres podían librarse de la guerra de Marruecos que el rey Alfonso XIII montó para su goce y carnicería de los jóvenes españoles de los años veinte del pasado siglo.

El perfume Acín me embargó y discretamente salí con mi cámara del Instituto de Estudios Altoaragoneses para recogerme enfrente, en el parque de Huesca, una de las ciudades más bellas al decir de otro de sus hijos, Julio Alejandro, a quien la ciudad y el festival de cine han colocado en firme desde el viernes un busto público como homenaje a su trayectoria y colaboración imprescindible en tantos guiones de Buñuel en México.

En el parque de Huesca viven, desde 1923, las Pajaritas de Ramón Acín, temprano precedente del arte pop, destilación estética y ética de su autor. Y estímulo del niño y futuro pintor Antonio Saura, también oscense. No están lejos de la Escuela de Magisterio, donde enseñaba Ramón, construcción racionalista en el austero estilo aragonés derivado del mudéjar, una joya arquitectónica de 1920 que aguanta pero que muy bien. Volví a pensar en el primer congreso de maestros, celebrado aquí, en 1932, y en los pedagogos, llegados de Barcelona, Herminio Almendros y Maria Cuyàs, padres del futuro hombre de la cámara Néstor Almendros, hoy más conocido que sus progenitores, algo que todavía debe revolverlo en la tumba. Menos mal que Néstor guardó siempre los materiales pedagógicos de esta generación tocada por la gracia y masacrada por la historia, y a su muerte fueron depositados por su albacea en la Fundación Soler i Godes, en la Universidad Jaume I, en Alicante.

En el parque encontré una pareja de jóvenes amorosos en uno de los bancos que tienen grabada una pajarita en su respaldo desde 1923, pues Acín diseñó el conjunto. Al fondo del paseo de Ramón Acín, ante la plácida escultura blanca, estaba una pareja de jóvenes padres con su niño, Eloi, a quienes pedí permiso para hacerle una foto y publicarla. Pasaban el fin de semana por el Alto Aragón, desde Lleida. La visera de cartón del niño, que él mismo había recortado y dibujado, fue el guiño al arte en materiales comunes y sin pretensiones que el mediodía del sábado la historia y la memoria involuntaria, el imaginario en suma, ofrecía al recuerdo imperecedero del legado de Ramón Acín. Volví a la sala del instituto, donde, regadas con vino tinto del Somontano, faltaría más, reinaban la alegría y la fraternidad de viejos, jóvenes y niños.

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