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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Madera de estrella

El ciclo Ibercàmera se ha apuntado un doble éxito en la clausura de su temporada. La actuación de la Orquesta Sinfónica de Viena y su director titular, el italiano Fabio Luisi, fue absolutamente memorable, con una soberana interpretación de la Sinfonía núm. 7 en mi mayor de Anton Bruckner, una de las partituras que mejor definen la tradición y la rica identidad sonora de la centenaria formación vienesa. Y no menos asombrosa fue la actuación de la jovencísima violonchelista alemana Marie-Elisabeth Hecker (Zwickau, 1987), que ofreció una bellísima interpretación de una de las joyas supremas del repertorio romántico, el Concierto en si menor, op. 104, de Antonin Dvorák.

A sus 21 años, Hecker toca como los ángeles. Los responsables de Ibercàmera, que tienen un olfato especial para presentar jóvenes talentos antes de que el dinero y la fama disparen su cotización, ya apostaron por ella el año pasado organizando un recital de debut en Barcelona junto al pianista Martin Helmchen. Acertaron entonces y han vuelto a hacerlo ahora: a la belleza del sonido, Hecker suma una línea de exquisita elegancia y un lirismo arrollador. Nada de efectismos ni falsos trances para engatusar al público: lo suyo es musicalidad y talento sin malear, en estado puro. Conviene seguirle la pista porque tiene madera de estrella.

Orquesta Sinfónica de Viena

Marie-Elisabeth Hecker, violonchelo. Fabio Luisi, director. Obras de Dvorák y Bruckner. Temporada Ibercàmera. Auditori de Barcelona. Barcelona, 5 de junio.

Finura y musicalidad

Tras acompañar con finura y musicalidad a la joven violonchelista, Fabio Luisi desplegó todo su talento en una poderosa versión de la Séptima de Bruckner.

Edificó la arquitectura de la imponente partitura con mano firme y, tras un austero adagio, pisó el acelerador en los dos movimientos finales, en plena sintonía con una orquesta que se entregó sin reservas, exhibiendo un sonido rico y potente, de extrema belleza y perfectamente equilibrado en todas sus secciones. Ante el fragor de los aplausos, los vieneses regalaron dos antológicas propinas de Beethoven (segundo movimiento de la Octava sinfonía) y Brahms (Danza húngara núm. 5).

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Todo un canto, pues, a la mejor tradición vienesa en un concierto de los que crean afición.

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